El G4 vuelve a las urnas
De la consigna que tantas veces se proclamó y tanto complació a la mayoría opositora de que “todas las opciones están sobre la mesa”, solo ha quedado una, la electoral y eso que es con la que más se ha ensayado y con la que más se ha salido derrotado. Con la electoral.
¿Dónde reside entonces su encanto y cuál la ganancia que proporciona de, que aun con los gigantescos fraudes con que las “gana” el gobierno, siempre sobren opositores dispuestos a correr a dejarse derrotar?
Yo pienso que puede estar en el espíritu lúdico que es parte esencial de la naturaleza de “lo político” (el agon de los griegos), “el bueno, vamos a ver si esta vez la pegamos” -como sucedió el 6 de diciembre del 2007 y el 5 de diciembre del 2015-, cuando, contra toda previsión, la oposición resultó ganadora. O puede ser expresión también del “espíritu democrático de los tiempos”, según el cual, todo es preferible a una guerra, todo es preferible a la violencia, aún el riesgo de que una dictadura socialista y totalitaria como la cubana pueda estarse 62 años destruyendo a un país.
Porque, en “el espíritu de los tiempos” y entre los partidarios fanatizados del electoralismo no se desliza nunca la realidad de que los comunistas que se mantienen en el poder entre elecciones van y elecciones vienen, jamás se retroceden en el avance del proyecto, entre una jugada y otra y con o sin elecciones, continúan destruyendo a sus víctimas, pervirtiendo sus sociedades, sometiéndolas por hambre, atropellos, endemias y pandemias, arrasando con los servicios públicos y perfeccionando un sistema de control que cada día se muestra más feroz, intolerante y criminal.
Y para pruebas al canto, solo bastaría hacer referencia a la pulverización de la sociedad cubana en los 62 años que dura el comunismo, y a la venezolana en los 23 que los caudillejos Chávez y Maduro se entronizaron en el poder, y de las cuales solo quedan lágrimas, escombros, ruinas, cenizas, sin un solo beneficio y en trance de permanecer como museos antropológicos de las peores tragedias que ha sufrido la humanidad.
Vale decir que, los indudables males, daños, prejuicios, violencia, dolores, amarguras y tragedias que pueden suscitarse en los pocos o muchos años que dure una guerra, el comunismo los proporciona de manera igual o peor, algunas veces por cuenta gotas, otras a chorros, pero siempre desparramando los quiebres materiales y morales que es difícil, sino imposible, superar una vez que los pueblos dejan de ser objetos de tan pavorosa calamidad.
Pero hay otra circunstancialidad que no podemos pasar por alto: es más probable que una guerra termine abriendo las ocasiones y los mecanismos para que a un conflicto de le ponga fin, que las que puede ofrecer el gobierno criminal y la sociedad cerrada del comunismo, donde un solo jugador, los gobernantes, se reservan la mayoría de la ventajas para imponerle su voluntad a los que viven bajo su casi absoluto dominio.
En consecuencia, elecciones o cualquier otra vía no convencional (golpe de estado, explosión popular, insurgencia, invasiones) será siempre una dicotomía que, mientras Maduro esté en el poder, pendulará en las opciones de lucha de los venezolanos y quien sabe si a la moda de las elecciones que se ha mantenido en los pasados 20 años de socialismo, la violencia de algún tipo será la que tomará su lugar en los próximos.
Las elecciones para gobernadores y alcaldes que se celebrarán en Venezuela el 21 de noviembre próximo tendrán mucho que decir sobre este pronóstico, pues, si como predicen algunos politólogos no harán más que conducir a una gigantesca abstención seguida de un fraude también gigantesco, entonces será muy difícil convencer a los votantes venezolanos que las elecciones sirven para otra cosa que no sea para consolidar y retroconsolidar la dictadura de Maduro.
Por el contrario, si el llamado a elecciones concluye -independientemente del resultado- en una oportunidad de movilización política, entonces, no hay dudas que, como dicen algunos de sus defensores, ya por esa ventaja se justifica la participación.
De igual manera, si el fraude que con toda probabilidad ya está diseñado en los planes de Maduro, es la oportunidad para que el país se vuelque a las calles a protestarlo, a enfrentarlo y desatar una crisis que nos lleve a una explosión popular -tal como se asomó cuando en abril del 2013 Capriles anunció que había sido objeto de un fraude por parte de Maduro-, sin duda que habría que admitir que la estrategia electoral es la correcta y sus promotores los llamados a heredar las riendas del país.
Todo lo contrario a lo que ocurriría, si, como sostienen los críticos del electoralismo, el país está mayoritariamente contra la participación en un evento controlado por el dictador, pues el CNE tiene mayoría madurista, la administración, el REP, el nombramiento de testigos, la propaganda y finalmente, el sistema de conteo de votos también, está en sus manos, por lo cual, no puede esperarse sino, como ha sucedido en los últimos procesos electorales, que los resultados sean una gigantesca abstención, seguido de un gigantesco fraude.
Final de rutina que, no deseamos para la oposición ni para los partidarios de abstencionismo, porque significaría, simple y llanamente, que la dictadura de Maduro entra por todo lo ancho y por todo lo largo y lo que nos esperaría sería una dictadura tipo cubana, matizada con los últimos aportes chinos y venezolanos, que permiten espacios para que la inversión nacional y foránea ofrezca alivios para el consumo de cierta clase media que entraría a cohabitar con Maduro sin otro tipo de protestas que las retóricas, las que se hacen para las fotos o las cámaras.
En este contexto, no habría que perder de vista que el gobierno tiene ya aprobada por la ilegítima Asamblea Nacional madurista la “Ley de la Ciudad Comunal”, instrumento ilegal con el cual se propone reducir a cero las facultades que confiere la Constitución vigente a las Gobernaciones y Alcaldías, convirtiéndolas en meras cajas vacías, de papel, pues todo el gobierno regional y local pasaría a manos de aparatos “comunitarios” que son los que dispondrían de recursos para atender los requerimientos administrativos.
Comienzo en firme del tantas veces prometido y aplazado comunismo venezolano pero que ahora si adquiriría ciudadanía administrativa por obra y gracia de una abstención y un fraude electoral anunciados.