Serendipia del virus chino
La palabra en el título no aparece en el RAE, porque no es del español ni ha sido aceptada. Proviene del inglés, serendipity, y fue usada por primera vez por el escritor Horacio Walpole (G. Bretaña, 1717-1797) hará cosa de unos 250 años, comentando el cuento de hadas persa Los tres príncipes de Serendip: los personajes estaban siempre «haciendo descubrimientos, accidentales y sagaces, de cosas que no buscaban».
Tampoco es una palabra del lenguaje común, más bien pertenece al vocabulario científico; serendipia significa «descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental, casual, o cuando se está buscando una cosa distinta». También puede referirse a un descubrimiento importante realizado en el curso de una investigación de otra cosa.
Aunque no se nos presenta como tal, lo cierto es que el Descubrimiento de América fue una serendipia. Colón buscaba una ruta más corta para llegar a la India, y al tropezarse con Suramérica creyó haber llegado a ese lugar. Probablemente es la serendipia de mayor influencia en la determinación del curso de la Historia de la humanidad en el segundo milenio d.C. Y eso que en el aludido II milenio ocurrió la mayor acumulación de acontecimientos trascendentes en el desarrollo de la civilización desde que el hombre de Naenderntal anduvo por la tierra.
En las ciencias son frecuentes las serendipias. Dos de las más notables son el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming y el del Viagra. Los resultados de los primeros ensayos clínicos para el desarrollo del sildenafilo como tratamiento de la angina de pecho fueron desastrosos; pero los efectos secundarios sorprendieron a los investigadores: algunos de los voluntarios acusaron alteración de la percepción del color, dolor de cabeza y erección del pene.
Dicen los chismes inevitablemente entretejidos en todo acontecimiento que los investigadores se sintieron intrigados por la conducta de los sujetos del experimento; en efecto, pese a la alteración de su visión y de los dolores de cabeza se negaban a devolver el medicamento. Los científicos reorientaron la investigación y dieron con la pastilla puesta en el mercado como Viagra. Quizá sea la serendipia más productiva de la Historia; en uno de los años en los que el laboratorio Pfizer tuvo la exclusividad del mercado logró la ganancia de 2.000 millones de dólares.
La abrumadora bolsa también es un indicador de la amplitud del problema al que se relaciona la pastilla entre la población masculina mundial; y no es la angina de pecho precisamente.
La mayor frecuencia de serendipias en el campo de la ciencia no es una casualidad; la mente científica está entrenada para observar, en el sentido metodológico de la palabra. Por esa razón, determinadas condiciones del sucio en los utensilios de laboratorio encontrados por Fleming, y que cualquier otro sin su «ojo clínico» se habría apresurado a lavar, fueron la pista para llegar al descubrimiento de los antibióticos.
También existen serendipias en la literatura, cuando un autor escribe sobre algo que ha imaginado, ignorado en su tiempo, y posteriormente el acontecimiento ocurre tal como lo definió el escritor, con los mismos detalles. No es lo mismo que ciencia-ficción; en este género el autor toma un conocimiento científico disponible y especula respecto a cómo evolucionará en el futuro.
El caso más famoso en la historia de serendipia literaria es el de la anticipación del naufragio del Titanic (en 1929). Catorce años antes apareció la novela de Morgan Robertson (Futility, or the Wreck of the Titan); en ella describe el hundimiento de un navío de características similares al Titanic, un super trasatlántico supuestamente insumergible que parte del muelle de Southampton ─del cual zarpó el barco real─ y en su curso choca con un iceberg. Para mayor asombro nótese el nombre del navío de la ficción.
Pero es probable que debido a sus más desastrosas y universales consecuencias el caso del infortunado buque pase a segundo plano en lo concerniente a serendipias famosas, que el caso Viagra sea desplazado como la de mayor resonancia económica, ¡y que hasta el Descubrimiento de América se olvide como la serendipia de mayor influencia histórica!, gracias a la desconcertante anticipación del fenómeno en el que todos estamos involucrados, las referidas al Covid-19. Sí, porque hay más de una.
En 1981, el escritor estadounidense Dean Koontz publicó una novela de terror llamada Los ojos de la oscuridad sobre un virus mortal desatado en China en el año 2020, con el nombre de Wuhan-400. La coincidencia resulta increíble, puesto que a finales del año 2019 se conoció la existencia del virus SARS-CoV-2 que produce la enfermedad infecciosa denominada Covid-19, la cual inició su expansión en la provincia China de Hubei, cuya capital es precisamente, Wuhan, la ciudad donde comenzó el brote epidemiológico.
Sin embargo, Koontz no acertó al describir el efecto letal del virus; le atribuyó una acción más siniestra y letal que el del coronovirus; el suyo produce una secreción que licúa el cerebro y mata al 100% de los afectados. Bastante lejos de la realidad.
En cambio, en un libro de 2008, End of Days: Predictions and prophecies about the end of the world (Fin de los días: predicciones y profecías sobre el fin del mundo), la vidente estadounidense Sylvia Browne escribió: «En 2020 una enfermedad grave similar a la neumonía se esparcirá por el planeta, atacará los pulmones y los bronquios y será resistente todos los tratamientos conocidos. Casi más desconcertante que la enfermedad en sí será el hecho de que se desvanecerá de pronto, tan velozmente como llegó, para atacar una vez más diez años más tarde, y entonces desaparecer completamente”.