¡Quien no vota, no come! y el síndrome de Estocolmo

Opinión | diciembre 6, 2020 | 6:26 am.

En Google se describe en estos términos el acontecimiento histórico que condujo al reconocimiento del singular desorden psíquico

El 23 de agosto de 1973, Jan-Erik «Janne» Olsson intentó asaltar un Banco de Crédito de Estocolmo, Suecia. Tras verse acorralado tomó de rehenes a cuatro empleados del banco, tres mujeres y un hombre.» … «A pesar de las amenazas contra su vida, incluso cuando fueron obligados a ponerse de pie con sogas alrededor de sus cuellos, los rehenes terminaron protegiendo al raptor para evitar que fueran atacados por la Policía de Estocolmo. Durante su cautiverio, una de las rehenes afirmó: «No me asustan» [los delincuentes]; «me asusta la policía». Y tras su liberación, Kristin Enmark, otra de las rehenes, declaró: «Confío plenamente en él [en Olsson]; viajaría por todo el mundo con él.»

El psiquiatra Nils Bejerot, asesor de la policía sueca durante el asalto, acuñó el término síndrome de Estocolmo para identificar ese estado mental de identificación de la víctima con su agresor. El fenómeno se ha observado en otros casos de secuestro. Uno de los más notable tuvo lugar un año después, en febrero de 1974.  Patricia Hearst, nieta del magnate William Randolph Hearst, fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación; dos meses después de su liberación, ella se unió a sus captores, ayudándolos a realizar el asalto a un banco. Este caso le dio popularidad al término que nos ocupa.

También ocurre en relaciones de pareja, en grupos y colectividades más amplias sometidos a cierto tipo de liderazgo que combina la protección y el bullying (los sujetos aman al líder y son solidarios con el grupo, pese a que ocasionalmente son maltratados por él u otros individuos de la cúpula de la pandilla) y en sociedades globales bajo gobierno de tiranías rapaces, delictivas y represivas.

Es lógico que uno se pregunte cómo puede suceder semejante desorden mental en el ámbito de una sociedad global.

El miedo a la represión ejercida por militares, policías y colectivos paramilitares ayuda a entender la inacción de una población ante un poder con tales características; también la tradición cultural autocrática propia de la historia de algunos pueblos que los hace indiferentes ante los derechos humanos y ajenos a la idea de democracia. No obstante, en toda sociedad hay un sector que ni por tradición cultural ni por temor, respaldan a gobiernos tiránicos. Creen con la fe del carbonero los argumentos difundidos por las autoridades para explicar las cosas, las justifican en sus actos, las celebran, se adaptan a las circunstancias… En otras palabras, sinceramente se identifican con sus opresores y explotadores, lo cual es una forma de sentir amor.

La muerte, la miseria extrema, la privación de cosas indispensable para la supervivencia, progresivamente van creando una concientización colectiva de temor, impotencia, incapacidad de actuar, sometimiento, humillación, agradecimiento a las limosnas que otorga el poder, minusvalorización de sí mismo, acondicionamiento a la precariedad y su aceptación como condición normal de la existencia… Es un estado sociopsicológico de la sociedad sometida a esa influencia si no igual, al menos semejante al síndrome de Estocolmo: una reacción en la que la víctima de un abuso de poder establece una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su opresor. Las víctimas que experimentan el síndrome muestran regularmente dos reacciones psicológicas opuestas; respecto a quien lo somete desarrollan sentimientos positivos tales como simpatía, agradecimiento…; a la vez que siente miedo e ira hacia quienes intentan liberarlos. El síndrome de Estocolmo significa una suerte de humillación volitiva de la persona; es una forma de degeneración moral; e involucra un potente contenido masoquista en el aparato psíquico del sometido, esto es, el sujeto dominado ama a su opresor y se le somete con placer morboso.

La persona receptora del maltrato se adapta a esa relación hostil, y a propósito de reducir su ansiedad y otras formas de malestar psicológico desarrolla capacidad para soportar castigos y humillaciones, a la vez que presenta esquemas erróneos de interpretar la realidad (distorsiones cognitivas); la negación, o confirmación de su idea de la no existencia de aspectos de la realidad que le resultan dañinos, y la minimización, o reducción de importancia de acontecimientos. La desesperada lucha por la supervivencia hace que a los ojos del hombre común pasen a un muy distante segundo plano asuntos como la escasez de recursos, la ausencia de servicios esenciales, el deterioro ambiental, la corrupción, la actividad delictiva, etc. No perdamos de vista la frase acuñada por Bertold Brecht «Primero es el estómago, luego la moral», que podría servir para resumir la teoría propuesta por Maslow, según la cual estando insatisfechas las necesidades básicas (alimentación, abrigo, sexo) las de más alto nivel (vida social, arte, exquisiteces, conservación del ambiente, etc.) no motivan al individuo.

En el desarrollo del síndrome de Estocolmo juega un papel esencial el procedimiento de condicionamiento por premio-castigo. Por ejemplo, en casos de secuestro el alimento donado por el opresor, una botella de agua, un gesto amable de su parte, se acepta como «premio» por «portarse bien», vale decir, por aceptar sin protesta las condiciones; en las sociedades globales sometidas a dictaduras la repartición de comida u otros beneficios que se han vuelto escasos o inalcanzables para la masa, tiene el mismo sentido. La combinación sistematizada de estos factores: terrorismo, violencia, insatisfacción de necesidades básicas, recompensas, promesas, mentiras… hace a las personas cada vez menos sensibles y más brutalizadas, volviéndolas capaces de soportar las situaciones e incidentes que se ejercen sobre ellas.

Estas reflexiones nos ayuda a comprender el sometimiento del pueblo venezolano a la infame tiranía. El trasfondo de semejante política cuya ideología se fundamenta en la muerte y la miseria queda revelado en una frase dicha en una de las más recientes vulgares peroratas públicas ─llamarlas discursos sería un exabrupto─ de Cabello. Ignoro si pretendió hacer algo semejante a un chiste, o si fue una traición de su subconsciente la expresión «¡Quien no vota, no come!» En cualquier caso, fue dicha con desparpajo, sazonada por la risa, espontáneamente, sin la menor vergüenza; y sin lugar a dudas pone de manifiesto el uso por el gobierno del procedimiento de premio-castigo, clave del síndrome de Estocolmo antes aludido. Si te «portas bien», o sea, si te sometes al poder, recibirás tu porción de comida chatarra para hacerte creer que te alimentas; de otro modo te jodes.

Y es la base teórica de la maniobra del narcogobierno comunista destinada a lograr que esas personas de la colectividad nacional, sometidas al síndrome de Estocolmo, y por lo tanto, degeneradas en su moral como efecto de su influencia nefasta, vote a su favor en unas elecciones.