La primera ayuda humanitaria a Venezuela

Opinión | agosto 28, 2020 | 6:16 am.

Un país puede recibir ayuda humanitaria internacional al sufrir una catástrofe natural (terremoto, inundación, huracán, grave sequía, pandemia, plaga, etc.) o una catástrofe provocada (guerras; hasta gobiernos criminales como los que causaron las hambrunas en el siglo XX en Ucrania, China y Camboya bajo los totalitarismos comunistas; y las hambrunas en el siglo XIX en Irlanda y en la India bajo el gobierno colonialista británico). Y es necesaria ante el peligro que tiene la población de morir de hambre o por enfermedades, al carecer del necesario acceso a los alimentos, medicinas o atención médica.

La primera vez que Venezuela recibió, siendo Estado soberano, ayuda humanitaria internacional fue en 1812, a raíz del destructor terremoto del Jueves Santo 26 de marzo, que causó más de 30 mil muertos; más de 12 mil sólo en Caracas y más de 4 mil en La Guaira. Esta comenzó el 9 de junio al arribar a La Guaira barcos con provisiones para las víctimas del terremoto, donadas por el pueblo y el gobierno de los Estados Unidos. Esos generosos auxilios salvaron a muchos venezolanos de morir de hambre.

Miranda dijo: “No hay enemigo más cruel que el hambre, por milagro hemos escapado de ella con los socorros americanos”. Y otros testigos presenciales escribieron: “En Caracas, la consternación fue general… el gobierno se reunió en la plaza de la catedral y desde allí despachaba socorros… pero lo que hizo aún más extremas las desdichas de esta ciudad, fue la carencia absoluta de medicinas, de alimentos y de todo lo necesario…”, página 46 de “Memorias” de H. Poudenx y F. Mayer, obra publicada en París, 1815, traducida y reeditada bajo el título “La Venezuela de la Independencia”, por el Banco Central de Venezuela (Caracas, 1963).

Esa generosa ayuda, esos auxilios en víveres (2.382 barriles de harina de trigo, más de 2 mil sacos de maíz, carnes, etc.), medicinas y ropas para los damnificados venezolanos, fue donada mediante “suscripción” o colecta pública del pueblo norteamericano y el aporte de 50 mil dólares, una fortuna en la época, aprobados mediante ley especial del Congreso de los Estados Unidos, a petición del Presidente James Madison.

La noticia del terremoto y el estado de catástrofe en Venezuela se supo en Estados Unidos casi un mes después (eran tiempos de navegación a vela). Fue el 20 de abril de 1812, por correo urgente de Robert Lowry, agente comercial de Estados Unidos en nuestro país, pidiendo auxilios para los venezolanos. El 8 de mayo su Congreso aprobó la ayuda, y desde el 14 de mayo estaban partiendo los barcos desde los puertos de Baltimore, Filadelfia y Nueva York con las provisiones para el pueblo venezolano.

El gobierno de Estados Unidos designó a Alexander Scott como agente confidencial y encargado de entregar las provisiones (“un auxilio de los Estados Unidos al pueblo venezolano víctima del terremoto”, dijo Madison), la ayuda humanitaria al gobierno de Venezuela, que ejercía Miranda como “Generalísimo”, quien ordenó distribuirla entre el ejército, los hospitales y vecinos; y pudo continuar la guerra contra los realistas por dichos auxilios, aunque después capitulará (25 de julio) para mal de Venezuela.

Con la rendición de Miranda, el jefe militar español, Domingo de Monteverde, se apoderó de la mayor parte de la ayuda humanitaria norteamericana que continuaba llegando a La Guaira y confiscó algunos barcos que la transportaban. Y uno de sus tenientes, Francisco Javier Cervériz, el realista comandante militar de La Guaira, se robó y revendió mucha parte de la ayuda humanitaria, enriqueciéndose con esta canallada y con los otros robos y extorsiones a los prisioneros patriotas y sus familias.

Después Monteverde expulsó del país a los norteamericanos Scott y Lowry (en enero de 1813, con plazo de 48 horas), quienes entendieron que no era el pueblo venezolano el que actuaba con ingratitud y barbarie en retribución a la generosa ayuda y solidaridad humanas recibidas, sino unos delincuentes extranjeros que en Venezuela ejercían una tiranía, también extranjera. Ya correrían aterrorizados Monteverde y Cervériz ante las espadas de Simón Bolívar y Santiago Mariño. Solo así salvaron sus vidas quienes pasaron a la posteridad, no como militares con honor, sino como infames homicidas, torturadores, extorsionadores y viles ladrones, quienes se robaron hasta la ayuda humanitaria internacional donada a Venezuela.