Ellos / Nosotros
Bielorrusia lleva más de dos décadas bajo la dictadura de Alexander Lukashenko. Días atrás esa hegemonía fue amenazada por protestas en las calles luego de unas elecciones fraudulentas. Mientras eso ocurría, en Venezuela los temas de interés eran en torno a asuntos domésticos: el regreso de la señal de Directv, unos tanqueros que transportaban gasolina a Venezuela que fueron interceptados, y así muchos otros temas. Esto muestra con un realismo irrefutable aquella frase según la cual los países no tienen amigos o enemigos sino intereses; con lo que pudiéramos decir que los pueblos no tienen intereses más allá de aquellos que los afectan directamente.
Esta tendencia de preocuparse por lo inmediato es natural. Al final de cuentas los seres humanos primero buscan satisfacer sus necesidades básicas, para luego irse preocupando por otros asuntos. Lo que sí es un error es pensar que esa lógica no se repite para Venezuela con respecto al resto del mundo. Es decir, creer que cuando ocurre algún evento en el país el resto del planeta está atento. No. La población de cada país está pendiente de sus propios asuntos, y sus respectivos gobiernos están ocupados tratando de satisfacer las demandas de sus votantes. Sólo en algunas ocasiones los intereses nacionales se alinean con los intereses internacionales, y en esos momentos ocurre la cooperación.
Claro que los únicos actores no son los Estados. Hay también corporaciones privadas que entran en la dinámica de los intereses internacionales, incluso el terrorismo y el crimen organizado tienen un rol. Al final son estos intereses los que convergen o se oponen dando dinamismo al mundo de las relaciones internacionales. En este sentido, el rol de la de la llamada comunidad internacional con respecto a Venezuela depende de dos factores: la manera como lo que ocurre en el país se alinea con sus intereses, y, en segundo lugar, el poder real que cada uno tenga de imponer su posición, entendiendo que hay factores de poder con intereses contrapuestos.
La realidad anterior debe ser comprendida en términos históricos, más allá de los aspectos morales sobre el deber de la comunidad internacional de intervenir cuando ocurren violaciones a los derechos humanos, crímenes, y en general cualquier tipo de actividad que atente contra el bienestar de las personas. El concepto clave es la soberanía. Esta ha sido para bien o para mal la piedra angular del sistema internacional moderno. Desde finales del siglo XVII, con el tratado de Westfalia, las principales potencias del mundo decidieron construir el orden internacional en torno al respeto fundamental a la autonomía de los Estados.
Aunado a lo anterior, durante la misma época se concibió la perspectiva geopolítica actual, la cual descansa en la visión de un mundo fragmentado, el cual, si bien cada una de sus partes solo puede ser comprendida con respecto al todo, al final son múltiples piezas que interactúan entre sí, en ocasiones cooperando y en otras compitiendo. De esta manera se tiene un mundo en el que las fronteras políticas, y las nociones de Estado y soberanía que se encierran detrás de ellas, dominando la lógica en la arena internacional. Sí, ha habido ciertos movimientos hacia un mundo que trascienda esas barreras, pero hasta ahora no han tocado el fondo de la estructura predominante.
Es en ese contexto que se debe analizar cada país, y particularmente el caso de países con regímenes autoritarios que se escudan en las reglas del juego para violar derechos humanos. Es inmoral que en el mundo moderno existan regímenes como el de Corea del Norte, que haya gobernantes que permanezcan en el poder por décadas, y que en general se destruyan miles de vidas, pero lamentablemente las reglas actuales lo permiten. El mundo se enfrenta a retos cada vez más globales, frente a los cuales las estructuras sobre las que se construyó el actual orden internacional se han ido quedando obsoletas. Ellos – Nosotros ya no basta, es urgente encontrar una camino para que haya un nosotros definitivo.
Twitter: @lombardidiego