Venezuela, ¡soberbio regalo!

Opinión | febrero 16, 2020 | 6:28 am.

Se siente en el ambiente la tendencia de opinión que presiona a Juan Guaidó a exponer explícitamente y sin ambigüedades el papel del gobierno cubano en la crisis venezolana.


Abundan sus señalamientos referidos al asunto, pero desconcertó la declaración suya, un tanto ambigua, referida a la necesidad de tomar en consideración a Cuba en la solución de la aludida crisis. «Tomar en cuenta a Cuba», claro: es una pieza clave del puzzle, ¿pero desde cuál perspectiva? ¿Someterla de alguna forma hasta obligarla a quitar sus garras expoliadoras del país atrapado y puesto bajo su dominio? ¿Admitir que existe alguna legalidad en su papel de «protectora» de Venezuela, en razón de lo cual es procedente «tomarla en cuenta»? ¿Volver a la necedad del diálogo sabiendo que los comunistas lo usan como recurso de retardo táctico sin la menor intención de cumplir con sus compromisos?

El abogado y analista político del Instituto para la Democracia, Carlos Sánchez Berzaín, en artículo y declaraciones recientes (NTN24 / La Noche, 11-02-2020) planteó el asunto en los siguientes términos: «…para cesar la usurpación es imprescindible que Juan Guaidó, como Jefe de Estado y Jefe de las Relaciones Internacionales, deje clara y sin lugar a dudas la condición del régimen cubano en su país, identifique y denuncie a Cuba como estado agresor e interventor de Venezuela».

La obligación de total transparencia en la gestión de Guaidó hace imperativa las definiciones y el deslinde de espacios. Especialmente en este momento cuando los venezolanos soportamos la vergüenza de la confirmación oficial de lo antes había sido un secreto a voces: la transformación de Venezuela en colonia sumisa a su metrópoli insular antillana. En efecto, aunque cueste creerlo, el dictador Maduro anunció en un programa de TV que «el embajador [de Cuba] prácticamente forma parte del Consejo de Ministros». Explicó previamente que había consultado con su «hermano mayor y protector» Raúl Castro, quien se mostró de acuerdo.

Hasta ahora, la injerencia cubana se había puesto de manifiesto en la burocracia; en el simulacro de atención a la salud a través de los pseudomédicos; en las Fuerzas Armadas, de cuyo Comando Operacional forma parte su embajador, y en las que oficiales cubanos actúan como jefes, asesores y espías internos. Más veladamente, en los componentes del aparato represor de la dictadura, en los que oficiales cubanos tienen mando y son responsables de entrenar al personal castrence y paramilitar (milicianos y miembros de colectivos) y de administrar torturas. A partir de esa declaración inconcebible del mascarón de proa de la cleptocracia doméstica, Cuba ahora también estará presente en las decisiones estructurales del Gobierno de Caracas.

El avance de la infame entrega colonialista de Venezuela se hace evidente en razón de lo cual es lógico que todo venezolano con dos dedos de frente y una pizca de pundonor se sienta agredido e intervenido por Cuba. Sin embargo, el dominio del país antillano sobre el portón de entrada a Suramérica no es el resultado de ninguna acción violenta de parte de Cuba, tal como lo sugieren esos términos. Todo lo contario, para ese país, o, con más propiedad: para el amo de ese país, Fidel Castro, Venezuela fue un gentil regalo de Chávez.

Tal como es de sobra sabido con el Supergaláxico Comandante Inmortal empezó la cosa. Las declaraciones exaltadas de latría, de fidelidad y filialidad, la celebración del «mar de la felicidad», la apertura a la penetración cubana en áreas neurálgicas del control del país, los generosos obsequios de riquezas disimulados bajo la forma de intercambios… En fin, la realización del sueño «Cuba y Venezuela, ¡un sólo país!», en cuya fusión, como inevitablemente ocurre, domina el actor más hábil y queda sometido el más pendejo.

El acontecimiento de regalar todo un país, de entregarlo como colonia a otro, tiene visos de ser una singularidad en la Historia Universal. Hasta donde alcanzan mis lecturas como curioso de la Historia que soy, no localizo casos semejantes; apenas uno más o menos parecido, el de Georgia.

Viene a lugar un recuento apretado de parte de su Historia tanto para tomarlo como modelo del proceso canibalístico entre países, como de advertencia del destino, ya nítidamente perfilado, de Venezuela guiada por el socialismo.

En 1783, Georgia y el Imperio Ruso acuerdan un tratado de auxilio militar. Fue una forma diplomática mediante la cual Georgia se ponía al amparo de Rusia, atemorizada ante la posible invasión de sus belicosos y ávidos vecinos turcos; como país de escasos recursos poco podía aportar en esa alianza con la poderosa Rusia de los zares. Diecisiete años después, aprovechándose precisamente de la debilidad de Georgia, el zar Pablo I proclama la anexión de su aliado a su imperio. Luego de la revolución, del dominio de los zares pasa al de los comunistas (1921); logrará su independencia a partir del colapso de la Unión Soviética, en 1991, casi dos siglos después de haber sido canibalizada.

Sin embargo, obsérvese una abismal diferencia: Georgia era un país débil y amenazado. En cambio Venezuela, cuya más infame mácula fue la corrupción de sus gobiernos del período democrático, era próspera, independiente y dotada de recursos. Los observadores del panorama mundial la citaban como ejemplo de democracia, de libertad de expresión y de las economías emergentes; no obstante ─y en esto radica la singularidad─, por la voluntad de un autócrata y sus cómplices se le entrega en bandeja de plata como colonia a otro dictador gobernante de un país depauperado y fracasado como proyecto sociopolítico, tan sólo mantenido mediante la represión de su pueblo.

Uno de los enigmas en la Historia de Venezuela reciente es lo planteado en esta reflexión: ¿por qué Chávez regaló nuestro país a Cuba? El historiador ocupado en resolverlo tendrá que tomar en consideración marcos de referencia que van desde el Psicoanálisis, en sus tesis de la ansiedad por la figura paterna y las pulsiones de la líbido en la personalidad de un individuo hacia otro, hasta teorías de conspiración de largo alcance; como la sustentada en la hipótesis de que los comunistas cubanos, en alianza secreta con otros de idéntica ideología regados por el mundo, con los terroristas islámicos y narcoguerrilleros suramericanos, pretenden implantar en toda América gobiernos autoritarios de sesgo socialista controlados por ellos, proclives a la corrupción y en consecuencia explotables en sus recursos. Venezuela, ya sometida e ideal a tal propósito por su posición geopolítica y disposición de la gente en el poder, es la plataforma continental para tal expansión.

Y esa teoría no es especulación febril anticomunista ni la idea para el guión de una película de política-ficción. Es realidad palpable. ¿Acaso ignora los más recientes atentados contra las democracias ocurridos en Latinoamérica? En todos están comprometidas Cuba y Venezuela en el rol de fuerzas instigadoras, estrategas y presencia humana in situ de mercenarios operando como agitadores.