El deber ético de rescatar la educación
En la actualidad, muchos niños, niñas y adolescentes matriculados en la educación pública solo están asistiendo algunos días a la semana a clases, muchas son las razones para esa irregularidad, sin embargo, resaltan los pésimos salarios de los docentes que rayan en una especie de esclavitud moderna. Lo digo con propiedad, mi hija de 5 años estudiaba en el Centro de Educación Inicial de El Molino, en Tocuyito, resulta que solo podía asistir 2 veces a la semana. Finalmente, decidimos inscribirla en un colegio privado, hacemos nuestro pequeño sacrificio financiero, pero asistir todos los días a clases y tener un docente pasó de ser un derecho a un privilegio. Quienes toman decisiones en el país, al parecer, sienten que la educación pública es una dádiva, un caballo regalado al que no se le debe ver el colmillo, una pobre educación para los pobres.
De seguir así, los pocos maestros que quedan se dedicarán a otra cosa, los estudiantes se desmotivarán y sentirán que pierden su tiempo, lo mismo sus respectivos padres y representantes. El resultado será una total exclusión de los pobres del sistema educativo, uno que otro, como yo, podrá migrar a sus hijos a la educación privada, pero no será la mayoría y eso no solo es un problema para los pobres, es un problema de todos. Quienes no reciban educación de calidad estarán sometidos a encontrar, en el mejor de los casos, solo empleos con baja remuneración de por vida. En algunos casos, como en las zonas rurales y en las zonas urbanas más empobrecidas, se registrará un aumento del analfabetismo.
¿Un país puede progresar, puede avanzar, si su población tiene pocas destrezas o conocimientos? La respuesta es un rotundo no. Podemos tener mucho petróleo, gas, bellezas naturales, oro, coltán, un clima diverso y agradable, pero nada de eso genera prosperidad sin la mano del hombre y la mujer instruida. Se necesitan médicos, ingenieros, técnicos y profesionales en todos los campos, los necesitamos bilingües, de preferencia con dominio de tres lenguas, necesitamos programadores, necesitamos personas capaces de lidiar con un futuro complejo, ambientalmente degradado, potencialmente bélico y signado por el advenimiento de desafíos como la inteligencia artificial y la robótica. Si nuestros herederos apenas saben balbucear el español, si no leen, ni escriben y las divisiones de dos cifras les generan dolor de cabeza, no será necesario que un ejército enemigo nos invada para dominarnos o explotarnos, se nos dominará porque el inconmensurable peso de la ignorancia nos impedirá defendernos. De hecho, ya nos lo impide.
Hay quienes dicen que es mejor así, que el mercado se autegulará, que el Estado no está para educar a nadie sino para brindar seguridad ciudadana y garantías a la libre empresa. Que cada quien debe velar por los suyos y sus necesidades, que la educación debe pagarse como cualquier otro bien o servicio transable. Ese modo de pensar ya tiene sus efectos entre nosotros, de hecho, hay algunos colegios privados cuyas costosas matrículas solo pueden ser pagadas por las familias más ricas y allí si se puede formar a los jóvenes como bilingües, también se les enseña intensamente el uso de la tecnología y pueden tener una experiencia formativa inmersiva y satisfactoria. Eso está muy bien para ellos pero, ¿Y el resto qué? ¿Tienen que conformarse con hacer tareas referidas a la vida y obra de Hugo Chávez, comandante supremo y eterno, para poder pasar de año?
Una sociedad donde solo algunos tienen derechos es económicamente ineficiente, es simple, en vez de formar a todos los jóvenes a disposición para desarrollar al país solo formamos a un pequeño grupo y desechamos al resto. Pero, además, es una sociedad inmoral, una que de la boca para afuera dice creer en la libertad individual y en el fruto del esfuerzo personal pero, en la realidad, condena a la mayoría a una vida de oscuridad, miseria y exclusión sin importar talentos, esfuerzos o disposición. Vale recordar que dejaron de existir las clases sabatinas y los regímenes nocturnos, la formación para el trabajo y el llamado «parasistema», todo eso no es más que una decisión tomada en lo más alto del poder, no es posible culpar al capitalismo, ni a las sanciones, ni al calentamiento global. Algunos, sin siquiera legitimidad para ello, decidieron que la educación debe ser un servicio privado y destruyeron la educación pública con plena certeza y conciencia de lo efectuado. Debería ser un deber de los venezolanos de nuestra generación reconstruir el sistema educativo, sin eso no hay futuro posible.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica