Memoria y cuento
De acuerdo con lo dispuesto en la constitución venezolana el pasado 12 de enero del presente año, Nicolás Maduro pronunció su mensaje al país. Esto se hizo tradición en la Venezuela, aún durante el tiempo sometida a las dictaduras militares y, con la llegada de la radio y televisión, con mayor razón. El gobernante de turno hacía un balance de su gestión anual, algunos esbozos del futuro, y se proyectaba a la opinión pública, a pesar de encontrarse maniatada, reprimida y sojuzgada. Era el aguaje de aquellos tiempos, pero no olvidaron las formalidades del caso. Algo distinto ocurrió en la era democrática.
En efecto, después de 1958, los mensajes presidenciales se convirtieron en toda una rendición de cuentas. Cada presidente de la República, libre y limpiamente electo, se reunía ante el Congreso Nacional, aún en los tiempos más difícil de la violencia insurreccional, y – pareciendo muy largo – tardaba una hora u hora y tanto en el discurso.
Inmediatamente, los medios de comunicación social reflejaban no sólo la noticia misma del mensaje, sino las primeras impresiones que provocaba entre legos y entendidos, partidarios y opositores del gobierno, propios y extraños, justos y pecadores.
La dirección nacional de cada partido debatía todos los aspectos, fallas y aciertos del mensaje, más la memoria y cuenta de cada despacho ministerial impresa, lo que establecía una postura oficial de la organización.
La discusión real ocurría individualmente en la cámara del Senado y la de Diputados, y cada Comisión Permanente ordenaba la comparecencia del ministro del área para interpelarlo. Además, cada bancada tenía sus voceros, expertos o preocupados por una materia específica. Todo esto permitía que, en cualquier momento del año, se ventilaran los trapitos a través de las denuncias pertinentes. Y, cuando el Contralor General de la República, u otro alto funcionario, se dirigían al país entraban en consideración sus omisiones y complicidades en algún sonado caso.
Por supuesto, que esto no ha pasado en el siglo XXI.
Hugo Chávez hizo del mensaje presidencial un show que su sucesor ha perfeccionado. Largas horas de vaguedades y comentarios imprecisos, chistes, anécdotas, le sirvieron al barinés para evadir los casos concretos de una gestión por siempre fracasada, pero inflada, como acontece con Nicolás Maduro.
Recuerdo cuando me desempeñé como diputado a la Asamblea Nacional, con las largas horas de perorata de uno y otro, como si fuese el maratón televisivo de un programa de entrenamiento, como Sábado Sensacional. Podía estar el país escandalizado por problemas y denuncias muy fundamentales, pero ellos seguían de largo. Claro está, esto pasaba porque controlaron el parlamento a través de un reglamento inconstitucional e, incluso, la Guardia Nacional que sólo obedecía al Comandante en Jefe y los colectivos armados de siempre; ya la prensa esta coartada, amenazada, presionada, y los partidos opositores saboteados, aunque ya había perdido la costumbre propiamente de la deliberación de sus direcciones políticas. Los componentes del llamado Poder Ciudadano solo iban a cumplir con la asistencia a la sesión a la que se dirigían entre camaradas.
Y, como la cosa se hizo hábito, se dice que hoy ya nadie “pierde el tiempo” exigiendo una adecuada rendición de cuentas, porque no la dan. Tienen años contando un cuento. Un año peor que el anterior. Creo que constituye una equivocación, porque si bien es cierto que el régimen oculta todo, no menos cierto es que no pedir explicaciones lo favorece al extremo. Hay miedo, es verdad, pero el dirigente político de oposición debe cumplir con su rol y no dejarle la responsabilidad a alguien más. Para eso existe la Asamblea Nacional, que siempre ha tenido una doble tarea en relación con este punto: por un lado, recibir y evaluar la rendición de cuentas, una lógica exigencia ciudadana; y, por el otro, la tarea inaplazable de discutir y lanzar un veredicto muy sobrio, muy responsable, muy concreto sobre el desempeño del gobierno.
En este momento, hay dos asambleas y ninguna de las dos han sido capaces de hacer contraloría tanto para el régimen como para el saliente gobierno interino: ambos han dejado muchos cuentos. Que una instancia o la otra no lo hagan no es pretexto para impedir la evaluación ciudadana y, por ejemplo, las organizaciones de la sociedad civil tienen que hacerlo: ¿Nada dirán los empresarios y los trabajadores? ¿Los colegios profesionales y los líderes estudiantiles y profesorales? Porque – valga el ejemplo – jamás he escuchado ese balance del movimiento estudiantil sobre lo que ha hecho el ministerio del ramo, a pesar de que nuestras casas de estudios superiores están en el suelo.
Es cierto que el venezolano en los últimos años se ha dedicado a la supervivencia, pero este comienzo de año, el ciudadano de a pie, en particular, ha sentido con mayor dureza los desmanes que ha producido el mal uso de los recursos de la nación, lo cual ha generado cada día más desigualdad social.
El pasado 12 de enero, cuando escuchamos el cuento de esa rendición, buscando siempre achacar la responsabilidad a terceros y no asumir la propia sobre la cantidad de recursos que se han malbaratado y robado, es cuando decimos que necesitamos un cambio lo más pronto posible. Los que seguimos insistiendo, persistiendo y resistiendo estamos esperando las cuentas claras de estos veintitantos años, pues sabemos que no es solo responsabilidad del político sino de todos aquellos que dentro y fuera del país seguimos luchando para un mejor porvenir.
@freddyamarcano