Yo acuso… a los superfluos   

Opinión | agosto 24, 2022 | 6:30 am.

Me gusta rescatar episodios de la historia para ilustrar la condición humana [dixit Hanna Arendt]. Epistemológicamente la verdad se afianza en los hechos y el conocimiento se palma en las realidades validadas en el tiempo, mediante el buen uso del discurso, del verbo, de la palabra.

La unidad de acción es esencial [si es que podemos hablar de la esencialidad humana]. La acción totalitaria aniquila la justicia a partir del pensamiento absoluto, que liquida la libertad de acción. Veamos el caso de Aldred Dayfrus, capitán judío acusado falsamente de alta traición [1894], por los servicios de contraespionaje (Service de Renseignements) del Ministerio de la Guerra francés. Un documento dirigido al agregado militar alemán en París, Schwartzkoppen, lo convierte en el envite de traición.

El caso hizo aflorar el antisemitismo de la III República y dividió al país por décadas. [Dreyfus] fue una acusación y condena con pruebas falsificadas. La justicia militar francesa se negó a rectificar y declarar la inocencia del acusado. Fue la palabra lo que desmintió todo. La acción libre y unida cuya fuerza [inteligente] derrotó el totalitarismo mundano, venció a Goliat.

La justicia es ciega cuando los hombres hablan unidamente, coherentemente, racionalmente, por lo que [la justicia vendada], escucha. Y se impone el cerebro, la razón, la acción buena sobre la fuerza, el sable y la mentira.

Carta al presidente de la república francesa de Emile Zola

La filosofía y la historia son las ciencias humanas que nos permiten alumbrar verdades, admitir realidades, encender o apagar miedos y alegrías. Cuando el pasado parece acordarse de nosotros, nos retrata y nos alecciona, si lo queremos ver.  Pero la arrogancia nos obnubila.

El 15/10/1894, Dreyfus es arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición. Pese a las declaraciones de inocencia del acusado (que no se hacen públicas), se condena a Dreyfus a la degradación militar [1895] y cumplir cadena perpetua en la isla del Diablo en la Guayana francesa […] Durante el juicio, el general Mercier, Ministro de Guerra, comunica a la prensa y al tribunal “que existen pruebas abrumadoras de la culpabilidad de Dreyfus, que no puede mostrar porque pondrían en peligro la seguridad de la nación…”

Escandalizado, Zola decidió asestar un golpe. Publicó en primera página de L’Aurore, un artículo de 4.500 palabras en seis columnas, en forma de carta abierta al Presidente Félix Faure. Lo tituló: «J’accuse…!». Vendiendo habitualmente treinta mil ejemplares, el periódico editó ese día trescientas mil copias.

El artículo fue un ataque directo, explícito y nominal. Se denunció a todos los que conspiraron contra Dreyfus, incluido el Ministro de Guerra y el Estado Mayor. El objetivo del novelista se logró: la apertura de un debate público a las bases. Era la acción unida, consciente, en movimiento, que desmiente, que dignifica, que inspira… Zola fue enjuiciado, condenado a prisión y multa. Escapó a Inglaterra, pero regresó en el marco del restablecimiento de la inocencia de Dreyfus. En junio de 1899, el Tribunal de Casación anuló el veredicto de 1894 y decidió que Dreyfus compareciese ante un nuevo consejo de guerra.

La verdad en marcha, el poder del discurso…

Hanna Arendt en su obra La Condición Humana divide la historia en “tres actos”: Laborar, trabajar [Homo Faber] y accionar [Homo Ratio]. Laborar es cooperar en el proceso cotidiano, biológico, natural de vivir. Los esclavos -en esta etapa- se justifican por ser como “animales domésticos”. Luego el hombre que trabaja y le da valor de uso [Marx] al producto terminado. Se enaltece al hombre-fábrica sin el cual la productividad [era industrial] no existe. Surge la lucha de clases…Y finalmente el hombre-racional, organizado, inteligente, unido. No busca la utilidad de las cosas sino la suma de la felicidad [Constant], que es la suma de placer que derrota el dolor.

“El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales; donde las palabras no se emplean para velar inten­ciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades” [Hanna Arendt, ob.cit]… Los tenedores de discursos fragmentarios, infames, dilusivos, ególatras-vengan de tiranos o demócratas-destruyen la unidad de lucha, la posibilidad de establecer relaciones y rescatar o redimir el poder.

El totalitarismo domina al hombre del montón, al hombre-masa, al hombre aislado, carente de relaciones sociales e identidad, porque su fuerza es el aislamiento. Concluye Arendt: «El totalitarismo busca, no la dominación despótica sobre los hombres, sino un siste­ma en el que los hombres sean superfluos […] El totalitarismo se aplicará sistemáticamente a la destrucción de la vida privada, al desarraigo del hombre respecto al mundo, a la anulación de su sentido de pertenencia al mundo. A la profundización en la experiencia de la soledad”. Al totalitarismo lo apuntala el cooperante sibilino, el superfluo, que actúa por utilidad propia, convertido en par­venus [asimilados, igualado], “impávidos a la insaciable voracidad del mal y la tristeza” […] Como Eichmann-brutalmente, banalmente-exterminando judíos…

El “Yo acuso” de Zola apuntó a los sectarios y también a los generadores de opinión pública. “Hemos visto a los periódicos populares – los periódicos baratos, los que se dirigen a la inmensa mayoría y crean la opinión de las masas –  cómo alimentaban pasiones atroces, cómo promovían furiosamente una campaña sectarista, anulando toda generosidad de nuestro amado pueblo de Francia, todo deseo de verdad y de justicia”.

Ajustando los tiempos, son los parvenus de las RRSS. Un vedetismo insaciable e incontenible, que sustituye el buen discurso, la acción unida a cambio de los superfluos. A eso se reduce la historia de la cofradía decía Zola, quien sentenció: “Sí, pertenezco a esa cofradía de los hombres llenos de buena voluntad, de verdad y equidad, salidos de los cuatro extremos de la tierra, y espero que todos los franceses decentes quieran pertenecer a ella”.

Tocqueville predijo que «el pasado ya no ilumina el porvenir, el espíritu humano camina entre tinieblas». El pasa­do, parece acordarse de nosotros decíamos citando a Arendt… Vale decir entonces, yo acuso, condenó a los superfluos, a los hombres-mentiras, al Homo-brutus, dominados por el ego y su utilidad que, por verse tanto en sus espejos pierden su inteligencia, su gracia, su razón.

Apelo a que el futuro se acuerde de nosotros, por haber sido hombres unidos que cerramos filas por trabajar en pro de la salvación y la honestidad […] Dreyfus vivió hasta 1935 y murió ocupando un elevado cargo en el Consejo de Guerra francés…

@ovierablanco

Embajador de Venezuela en Canadá