Petro ¿socialismo o el primer gobierno globalista de la región?
No le costará a Gustavo Petro mucho tiempo ni trabajo convertir a Colombia en la nueva joya de la corona del “Socialismo de Siglo XXI” pues tiene en su frontera norte a los promotores y fundadores del experimento y en la sur a un aventajado discípulo que, aunque ha conocido tropiezos para su establecimiento, pronto podría cumplir el sueño de Chávez de la instauración de una “Gran Colombia Bolivariana y Socialista”.
Y así, se habrá dado otro paso -yo diría que gigante- en el ensayo nacido de la primera reunión del “Foro de Sao Paulo” a mediados de los 90, de postular a la América del Sur como la nueva tierra de promisión para la restauración del socialismo marxista que se había desplomado con la caída del Muro de Berlín y el colapso del Imperio Soviético.
Propuesta que no quería decir otra cosa de que se imponía un cambio de táctica y estrategia para la conquista del poder y establecer un modelo de socialismo que resultara un híbrido del sistema capitalista y el socialismo proletario, de las instituciones democráticas y burguesas con las que la práctica revolucionara fueran generando y estructurando.
El intento de golpe de Estado en Venezuela el 4 de febrero de 1992 comandado por un militar de bajo graduación, antiimperialista y marxista, el teniente coronel Hugo Chávez, se prestó idealmente para dar los primeros pasos en lo que podríamos llamar las pruebas iniciales de laboratorio para analizar “in vitro” el proyecto, pues si el golpe de Estado de Chávez fracasó, le permitió lograr una contundente pegada popular desde la cárcel y prepararse para lograr la libertad y continuar acercándose al poder en la calle.
Ya conocemos que los primeros contactos del “Foro de Sao Paulo” con Chávez no fueron antes del golpe de Estado del 4 de febrero del 92 y que solo cuando el teniente coronel no pudo en una nueva intentona golpista el 27 de noviembre del mismo año, a comienzos del 93, agentes fidelistas de larga data como los venezolanos Luis Miquilena, José Vicente Rangel y Manuel Quijada, se acercaron a ofrecerle el apoyo del socialismo cubano y su jefe, Fidel Castro y a convencerlo de que la vía en Venezuela no era “militar sino civil, pacifista y electoral, creando un partido que se organizara para participar en el sistema democrático y constitucional venezolano y llegara al poder a través de unas elecciones presidenciales.
También conocemos que Chávez ofreció alguna resistencia porque había conocido y aceptado la tesis del politólogo nacionalista y populista argentino, Norberto Ceresole, quien en un folleto: “Caudillo, Pueblo, Ejército” exponía la estrategia de llegar al poder por la fuerza y luego gobernar como un caudillo que se ganara el apoyo popular al estilo Mussolini, Perón o Velazco Alvarado.
Pero la tesis ceresoliana no se mantuvo cuando al acercamiento de Fidel Castro se unió el de las Farc y otros grupos guerrilleros colombianos que significan apoyo militar y recursos financieros del narcotráfico y así, el 6 de diciembre de 1998, Chávez resultó electo presidente de la República de Venezuela.
Para al año siguiente empieza el plan de expansión hacia el sur y la primera víctima, desde luego, es Colombia, país que mantenía una guerra civil con las fuerzas marxistas de las Farc, el ELN y los carteles de la droga y parecía que en 1999 era ya un fruto maduro para continuar con la restauración del socialismo en la región y el renacer del sueño de una Gran Colombia Bolivariana y Socialista.
Sería inexcusable no recordar que “la primera ofensiva del chavismo” contra cualquier país fue contra Colombia y que la primera medida del recién nombrado canciller “revolucionario”, José Vicente Rangel, fue prohibir el libre tránsito por territorio venezolano de camiones de carga colombianos autorizados para circular, según un acuerdo logrado en el marco de la “Comunidad Andina de Naciones,” CAN.
Más tarde el gobierno de Venezuela se declaró “neutral” en la guerra civil entre el gobierno colombiano y las Farc y Chávez llegó a proclamar que Venezuela “no limitaba” en su frontera occidental con la “república de Colombia” sino con “las Farc”.
Pero más grave en el contexto de la confrontación resultaría ser la intromisión descarada del chavismo en las conversaciones para lograr un “Acuerdo de Paz” llevadas a cabo entre altos dirigentes de las Farc y representantes del gobierno de Andrés Pastrana en la región del Caguán.
Ilegalidades que fueron denunciadas después del fracaso de las negociaciones por un nuevo presidente colombiano, electo en los comicios de mayo del 2002, el antioqueño Álvaro Uribe, quien se planteó, rápidamente, que derrotar a las Farc era también derrotar la intromisión descarada de Chávez en la política interna colombiana.
Puede decirse que la historia de las relaciones entre los dos países a partir del ascenso de Uribe al poder fue el drama de la guerra de Chávez, las Farc, el ELN y los carteles de droga contra la democracia colombiana y que si Uribe triunfó fue porque unió al pueblo colombiano con el ejército y, de conjunto, derrotaron a las Farc, sacaron de juego a sus más importantes comandantes, liberaron más de 500 de los 3.000 rehenes que tenían los irregulares en las selvas y se les incautó un poderoso equipamiento de armas que, en el curso de esta fase final de la guerra, no dejó de llegarles desde Venezuela y enviada de puño y letra del entonces “Comandante en Jefe” de la República Bolivariana de Venezuela: Hugo Chávez.
Quiere decir que Uribe pudo cumplir sus dos períodos en la presidencia en mayo del 2010 confiado que había derrotado a las Farc, a los carteles de la droga y a Chávez si no deja como su heredero en la presidencia a su ministro de la Defensa y principal ejecutor de sus políticas antinsurgencia, Juan Manuel Santos, quién, al otro día de ganar la presidencia, llamó a las Farc a negociar la paz y bajo el auspicio del gobierno cubano y del venezolano, firmó un Acuerdo donde se reconocía a las Farc como la vencedora en la cruel y espantosa guerra que acababa de terminar, les donaba a sus “comandantes” una recompensación en metálico de millones de dólares por aceptar “pacificarse”, una representación en el Congreso de 30 diputados sin tener que medirse en las urnas y las sujetaba a una llamada “justicia transicional” ante la cual debían dar cuentas por los innúmeros “Crímenes de Lesa Humanidad” que habían cometido durante 50 años.
Desde luego que, los únicos compromisos del “Acuerdo” que se han cumplido son los que convienen a las Farc, a los narcotraficantes y demás subversivos y de aquí la inserción del narco socialismo en la vida civil y ciudadana colombiana, aprovechando tales ventajas para ganar la presidencia de la República en unas elecciones que se realizaron hace una semana.
Por supuesto que la incógnita más importante a despejar en el desarrollo de estos acontecimientos, son las razones que llevaron a Santos (militante de vieja data del Partido Liberal, ministro de dos gobiernos y miembro de una familia, los Santos, con una firme representación en el conservadurismo colombiano) a dar el paso de desmarcarse de la tradición democrática de su familia, los partidos tradicionales y del país, para convertirse en un agente de la subversión nacional e internacional y ser una causa decisiva en el ascenso de Gustavo Petro al poder.
Una primera tesis habla de que Santos era un agente de la revolución cubana y de los hermanos Castro desde una visita que realizó a La Habana a comienzos de los 90 y donde lo afiliaron a un trabajo de inteligencia cuya misión básica era facilitar el ascenso de las Farc al poder.
La segunda tesis -a la cual doy más credibilidad- es que Santos fue captado en un momento de su trabajo como ministro de Gaviria, Pastrana o Uribe, por las tendencias globalistas que desde multilaterales como la ONU, la UE y el “Foro de Davos” impulsan corporaciones y ONG ligadas al “Crimen Trasnacional Organizado”, donde se inscriben superpoderes como la “Open Society Fundación”, la “Rockeller Fundación”, fondos como el “Black Rock y “Vanguard”, familias como los Rothschild y trust como los que agrupan a las “Big Tech” y las “Big Farm, las cuales sostienen que el orden mundial es inoperante, que los grandes problemas y crisis mundiales se acumulan sin soluciones a la vista y habría que pensar en una estructura global sin estados nacionales, democracias, partidos, fronteras ni microgobiernos que no ven más allá de los intereses de sus miembros y países.
Está también el problema de una sociedad con conflictos derivados del no reconocimiento a los derechos de minorías que no se asumen en su apariencia física y quisieran asumir el sexo a que los inclina su psicología (la ideología de generación), o romper el nudo de la familia natural para hacerla más amplia y definir el aborto de seres humanos ya engendrados como un derecho y no como un delito.
Todo tipo de parejas podrían haber según el globalismos, y de uniones y de convivencias. Cambios, transformaciones que podrían ser más fáciles de resolver en un mundo sin fronteras y un solo gobierno y una agenda como la elaborada en el “Foro de Davos” hace dos años, conocida como la Agenda 30-30 y de la cual se piensa saldrá un “Nuevo Orden Mundial”.
Desde luego que una Colombia sin democracia, Estado, partidos ni caudillos es muy importante en lo que también se llama el “Nuevo Reseteo” del mundo, ya que con la legalización de la enorme producción de cocaína que se ha multiplicado por 4 desde que comenzó el “Acuerdo de Paz”, mejoraría exponencialmente sus ingresos, mientras le permitiría a empresas como las de George Soros acumular un inmenso poder económico que superaría al de las petroleras y al de las tecnológicas y a Juan Manuel Santos emerger como una suerte de virrey de la Aldea Global.
Entre tanto, el presidente electo, Gustavo Petro, piensa en los planes para adelantar su trabajo que a lo mejor tiene poco o nada que ver con socialistas cavernarios como Maduro, Ortega y Díaz Canel y mucho con esta nueva visión de ver el mundo donde los problemas políticos, económicos y sociales ya no son tan importantes y si estar alerta y participar en guerras que como las de Ucranía y Rusia tratan de darle otra forma al mundo.