Actuar como el policía de Valera
El sueño de la democracia algunas veces produce monstruos, y como tales deben ser tratados esos regímenes. Afortunadamente, las pesadillas pseudo democráticas terminan por desaparecer. El espejismo en manos del dictador venezolano, Marcos Pérez Jiménez, terminó, como decían en mi pueblo, con la caída de los palos del sombrajo. Contaban amigos, cercanos al exdictador, que a muchos dirigentes de su entorno político que le acompañaban, el día en que la vaca sagrada levantó vuelo, les olía la cabeza a pólvora.
Muchas de aquellos esbirros se habían criado en libertad, protegidos por amigos, dirigentes políticos, pero terminaron negándole la libertad al pueblo. Pensaron que el totalitarismo era la fórmula mágica para no aflojar el coroto, a la vez que acariciaban el terror como instrumento para la afirmación de la dictadura.
Tal como lo señaló el viejo comunista Stalin: «Todo reside en conservar el poder, en consolidarlo, en hacerlo invencible», había escrito en 1924 en los Principios del leninismo y en noviembre de 1937 explicó a sus íntimos las razones para aniquilar a sus adversarios políticos.
Quienes regentan, actualmente, dictaduras constitucionales deberían aprender del pasado, acerca del triste final que han tenido todos los dictadores. Sin embargo, los autócratas parecieran no leer correctamente los hechos históricos y a consecuencia de ello, uno tras otro, se van quedando al margen del camino. Espero que esta vez no sea la excepción.
Entre 1894 y 1899, interno en un seminario de Tbilisi, Georgia, agitado por la difusión del nacionalismo y sometido a una fuerte represión, Stalin aprendió a razonar, partiendo de supuestas evidencias desde las cuales podían trazarse cadenas de oposiciones entre un bien a defender y un mal a aplastar. Descubrió la importancia de utilizar una argumentación simple, tajante y didáctica, orientada a descalificar al oponente. También aprendió allí el valor de la actuación clandestina, de la vigilancia y de la sanción implacable.
En Lenin, la represión es vista como un instrumento defensivo de la revolución. En Stalin opera como martillo de herejes al servicio de un poder autocrático impregnado de sacralidad, cuyo objetivo consiste en alcanzar «la tierra de promisión». Por eso la militancia se convierte en el deber de un creyente militarizado, pasivo por lo que toca a la reflexión y entregado, en cambio, hasta el sacrificio al cumplimiento de las consignas, sean estas, la lucha revolucionaria, la resistencia a la tortura o el crimen.
En ese camino del paraíso, sembrado de obstáculos y de asechanzas de los enemigos, resultaba imprescindible un fuerte liderazgo. Eso pretende Maduro, ser igual que Stalin, quien fue en su tiempo, redentor, guardián de la revolución y supremo verdugo de los partidos y dirigentes opositores.
Cuando leo u oigo las estulticias en que incurren algunos dirigentes oficialistas, además de percibir que tienen una mentalidad enfermiza, me recuerdan un viejo refrán de los cholos peruanos que dice así: ‘‘en los largos milenios que tiene nuestra historia, nunca fuimos vencidos limpiamente. Por eso es que hoy tenemos tantas fuerzas como en el pasado. Tampoco en el futuro nadie nos podrá vencer, así como nadie puede vencer a las piedras porque en ellas vive la perennidad’’.
Los totalitarismos, al negar la libertad, han sumido a la humanidad en lo que Hannah Arendt denomina: tiempos de oscuridad, negando su condición más auténticamente humana que para Arendt sigue siendo la condición política y el derecho a participar en elecciones libres y democráticas. En las dictaduras no existe ese dique de contención. El dictador avanza hacia sí mismo. Su lado oscuro prospera. El entorno alimenta al monstruo: perfiles serviles, rituales diseñados para exaltar la figura única, control absoluto en torno a lo que se dice y cómo se dice, emergencia de una clase privilegiada que cuida sus intereses.
Los diferentes tiranos venezolanos nunca han entendido que la política es azarosa, tal como escribió hace muchos años el chino Han Fei-tzu: “El más sabio de los ministros nunca será escuchado por un dictador estúpido”. Se atribuye a Abraham Lincoln la conocida expresión: «Se puede engañar a todo el pueblo durante un tiempo, o a una parte del pueblo todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo«. Esta máxima se cita como una defensa de la democracia y la libertad, implicando que, a la larga, los demagogos y embusteros son desenmascarados y expulsados del poder.
Hablando de dictadores depuestos, Pérez Jiménez, domesticó y sometió a los poderes públicos, desarrolló un régimen autoritario y su voluntad personal siempre estuvo por encima de la ley. Se creía insustituible, pero fue obligado a dejar el poder. Jamás reconoció culpabilidad alguna por los crímenes de lesa humanidad que cometió. Un gran número de militares comprados, permitieron algunas matanzas. Otros castrenses veían correr la sangre y hacían como el “policía de Valera”. Los altos jerarcas militares de la época, no tenían empacho en reconocer que matar civiles era una buena estrategia. Otros daban la vida por el autócrata, sin embargo, como reza un dicho popular andino: “Uno es hasta que deja de ser”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE