Ucrania: la obsesión de un sanguinario
Vladimir Putin planea reverdecer los antiguos laureles de la madre Rusia. Todavía resuena en su maltrecho orgullo, la caída deshonrosa del imperio soviético. Un desplome que mostró que detrás de la cortina de hierro, una ideología languidecía, en una ficción que duró setenta años.
La visionaria inteligencia de Teodoro Petkoff había advertido las andanzas perversas del deforme fósil totalitario. Que detrás del discurso de corte socialista estaban las garras de un monstruo, que se mantenía en la maldad.
El mundo libre se fue preparando para darles la estocada final. Una maquinaria infernal, cayó a los pies de la libertad, los desvencijados resortes del totalitarismo, largaron sus arcaicas bisagras. Aquel humillante papel de arrear la bandera de la hoz y el martillo, para ver como su principal adversario, les ganaba la guerra política por la hegemonía planetaria fue un severo golpe.
De ese episodio cruento no se han recuperado en el Kremlin. Demasiado dolor en la herida de la prepotencia.
El zarpazo contra Ucrania no es solo una acción que busca tener el dominio de unos enormes recursos naturales que la hacen apetitosa. Es ir recuperando de manera paulatina aquellos territorios que estuvieron bajo el dominio soviético. Para los rusos Ucrania es su patio trasero. Jamás han concebido que la misma pueda ser una nación independiente, con relaciones diplomáticas y financieras con los grandes centros de poder occidentales.
La estrategia utilizada por Vladimir Putin es similar al manejo de Adolfo Hitler al manejar la incursión a Polonia en 1939, que originó la Segunda Guerra Mundial. Buscar un enemigo externo para justificar la invasión, ya el hábil canciller ruso Serguei Lavrov se había encargado en los foros internacionales de acusar a Ucrania de promover hostilidades contra Rusia.
Durante meses alimentaron su narrativa belicista, mientras occidente dormía plácidamente en brazos del descuido, mientras Rusia organizaba el golpazo final. El mundo debe saber que el huésped del Kremlin es un personaje sombrío que se alimenta de sangre inocente. Su alma es el fuego de la guerra y la muerte. Un antiguo espía de la KGB que jamás aceptó el desmembramiento de la extinta Unión Soviética, con la subsiguiente ruina del sistema comunista, como expresión absolutista.
Lo que acontece en Ucrania debe llamar la atención del mundo democrático. Mientras se promueven sanciones inocuas- con resultados magros- que rayan en la imbecilidad. Rusia avanza en diferentes flancos impulsado por la lenidad de un liderazgo occidental apocado. Desde Moscú buscan recuperar las naciones que ayer estuvieron bajo sus garras.
De seguir durmiendo el mundo libre en la torpeza, la geopolítica roja puede dar más de una sorpresa. Esto es apenas un ejercicio. El anhelo expansionista sigue latente.
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