El día que conocimos a Miguel Cabrera

Opinión | agosto 26, 2021 | 6:22 am.

Corría la temporada 2004- 2005 de nuestro beisbol profesional. Los Tigres de Aragua buscaban revalidar su título obtenido de manera brillante en el torneo anterior. La oncena bengalí era una máquina de producir carreras. Verlos jugar era todo un espectáculo que agradecía el aficionado del deporte.

Un circunspecto Buddy Bailey, era el manager de aquel célebre equipo, que llenó de orgullo a su región. Su manera de dirigir rompía con los cánones establecidos en nuestros campeonatos. La vieja escuela cubana de administrar el juego quedaba atrás. El timonel aragüeño no solo ganaba certámenes, también simbolizaba la novedad. Tenía el ojo de águila para cambiar los lanzadores, parecía un monje tibetano, encontrándole al rival: el hueco por donde se colaría la garra mortal de sus felinos. Nada apartaba su mirada del juego de pelota, siempre parecía que tenía dotes de adivinador, cuando se adelantaba al manager contrario, ese engranaje perfecto hizo de los aragüeños el equipo de ensueño, la joya de la corona de nuestro principal pasatiempo.

Bajo esas circunstancias nos adentramos en un episodio que ahora cobra relevancia para nosotros. Nuestro buen amigo Henri Alviares, nos invitó a presenciar un partido en el Antonio Herrera Gutiérrez, de la ciudad de Barquisimeto. Estábamos en una reunión política que terminó temprano, para poder disfrutar de un candente encuentro del denominado Round Robin. Para los que no lo saben, el Round Robin era la etapa de la postemporada donde se jugaban 16 partidos por cada equipo en contra de los demás clasificados (un todos contra todos) y que le precedía a la final del torneo. Cardenales de Lara recibía en su nido al encendido Aragua.

Llegamos al estadio con unas dos horas ante del inicio del partido. Casi inmediatamente nos dirigimos a la feria de las comidas. Compramos unos gigantescos perros calientes que acompañamos con refrescos. Una señora ataviada con los colores de los Tigres de Aragua, nos pidió permiso para sentarse a nuestro lado, con gran amabilidad accedimos. Cruzamos algunas palabras sobre béisbol. Ella venía con una barra que partió de Maracay junto al equipo. Su conversación entusiasmaba por el amplio conocimiento que tenía del juego. Hablaba maravillas de Barquisimeto, de la belleza de la ciudad y la reconocida calidez de su gente. «Me encanta esta ciudad, es de mis preferidas», nos dijo, pero amigo: «esta noche venimos a ganar, los Tigres vamos rumbo al campeonato».

Le sonreí mientras apuraba el último pedazo de mi primer perro caliente. Luego ella extendió su mano derecha, que estreché con la educación del larense: mucho gusto, mi nombre es Gregoria Torres, y soy la madre de Miguel Cabrera. Henri y yo nos miramos con asombro. El gran protagonista de nuestras pesadillas peloteriles había nacido del útero de esta hermosa dama.

Minutos después llegó a la mesa Miguel Cabrera. La doña nos presentó y él mostró gran cortesía. Ya los medios hablaban del fenómeno, del futurazo que tenía para convertirse en una leyenda. El destino nos colocaba en la misma mesa con nuestro mayor antagonista, la máxima referencia beisbolística, estaba allí, departiendo animadamente con unos aficionados, que conocían sus bondades, como pelotero del equipo contrario. Hacía trizas a sus rivales, con el fuego de su bate.

Como cardenalero, me aferraba a la esperanza que pudiéramos domarlo en el juego de ese día. Pidió lo mismo que nosotros, se devoró los perros calientes en un santiamén, ojalá que no haga mismo con nuestros lanzadores, pensamos. Luego de despedirse de su madre nos saludos con mucha cordialidad. Recuerdo que le dije: Te perderás de vista, serás un emblema de Venezuela en el mundo, nos abrazó y se marchó.

Esa noche masacró al picheo cardenal. Bateó de 5-3 con dos jonrones y cinco impulsadas, una verdadera bestia, que también hizo engarces de feria en la tercera base. Estábamos en presencia de un jugador fuera de serie. Nuestros pájaros rojos fueron un bocado en las mandíbulas de aquel felino aragüeño, que no se conformó con los perros calientes, fue por más, en un juego, hecho a su medida. En la serie conectó 9 jonrones, impulsó 32, con 8 dobles, 61 bases alcanzadas, con un average de 448. Semanas después los bengalíes se alzarían con el campeonato.

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