Personajes de mi pueblo (Miguel Tabata)

Opinión | junio 27, 2021 | 6:18 am.

Bienaventurado aquel que encuentra el trabajo que le gusta; que no se preocupe por otra bendición” Thomas Carlyle (1795 – 1881) Filósofo, historiador, traductor, matemático, critico social y ensayista escocés

En las décadas del 50 y 60 la penetración del cine mexicano en Venezuela fue decisiva para que muchísimos conciudadanos, hasta el día de hoy tengan una inclinación especial por la música azteca, especialmente la del género ranchero. Uno de esos personajes amantes de esa maravillosa expresión cultural, es Miguel Tabata, quien nació en la vecina población de Pariaguán, el 25 de noviembre de 1925 y luego de pasar su niñez, adolescencia, muy joven llegó al incipiente pueblo de El Tigre, fue uno de los fundadores del sector barrio Ajuro donde tiene una larga y dilatada trayectoria como bodeguero, botiquinero y hombre de trabajo a carta cabal.

El compaíto Miguel, como se le conocía popularmente hasta el día de su muerte, poseyó una bodeguita en los límites de Pueblo Ajuro, exactamente en la carretera Negra de la Flint cruce con Calle Florida que atendía junto a su hijo Gudelio, que le permitía sobrevivir a los tiempos difíciles, en la pobreza, pero con mucha dignidad. Honesto a carta cabal.

Muy joven en su natal Pariaguán tuvo que trabajar duro para ganarse la vida. Iniciaba sus faenas en las mañanas como jardinero en la casa de un piloto de aviación de la compañía Sinclair, que vivía en el sector “El Bajo”, actividad laboral que compartía con sus estudios de primaria en la escuela Nicanor Bolet Peraza, donde alcanzó el tercer grado. No pudo continuar los estudios porque asumió la tarea para en las tardes en la atender las gallinas, venados, pollos, pericos, loros y demás animales domésticos a un señor que se desempeñaba como jefe del comedor de una compañía en Anaco. El patrón viajaba en la madrugada y regresaba en la noche, trayendo unos sándwiches que eran una divinidad, según cuenta Miguel.

En esos tiempos de escasez y necesidad que le tocó vivir le metió a la artesanía fabricando capillas para alpargata que le vendía a un señor que las trabajaba, completaba y distribuía al mayor. Mire compaíto, me dijo, fabriqué hasta voladores – papagayo en Venezuela, papalote en México — que vendía a medio (Bs. 0,25) para poder mantenerme. Eran tiempos de hallacas a real (Bs, 0,50) y Pepsi cola a medio. El bolívar era una moneda estable y de verdad fuerte.

En esos menesteres, el campaíto Miguel conoció a Pedro Bermúdez Arreaza que tenía un bar restaurant. Le dio empleo desempeñándose como “toero”. Por su dedicación, responsabilidad y honestidad, se ganó la confianza plena del dueño del negocio, al extremo que lo dejaba encargado mientras desarrollaba otras actividades comerciales en El Tigre. La expansión de su actividad comercial permitió al señor Bermúdez, establecerse y alquilar la esquina La Florida a Ruperto Marcano, instalando una bodega con expendio de licores.

Una vez que el negocio abre sus puertas, lo invitan a encargarse de este nuevo emprendimiento, cuestión que aceptó, viajó a este pueblo en un camioncito que venía cargado de mercancía y como no había espacio en la cabina tuvo que hacerlo montado encima del “corotero” como él mismo lo afirma. Era, para colmo, la primera vez que abordaba un vehículo. El trayecto lo hizo más agarrado que una vieja en moto.

Fijó residencia en la calle Orinoco, en la casa de la señora madre de Pedro, doña María Bermúdez. Nunca olvida el compaíto Miguel que unos rones venían en barriles, los cuales expendían por copita a medio (0,25) y otros en los tradicionales envases de vidrio, en tamaños de cuartito, media botella y botella. Todo el ron era marca Altagracia, pero los margariteños de la época lo llamaban “Chelía” quizá, porque el dueño de la destilería que los producía, se llamaba José Díaz Alfonzo. Una identificación popular, pues,

En ese tiempo el compaíto Miguel se aficionó al cine. Debutó como espectador en el cine mudo, luego fueron llegando las películas mexicanas, cuya influencia cultural, le marcaron su vida para siempre.

Le encantan los mariachis y es admirador de los extintos actores y mejores cantantes Pedro Infante y Jorge Negrete de quien conservaba, como una joya, en disco de acetato la pieza musical “El corrido del Águila Negra” En una oportunidad Edgar José Salazar fue a venderle queso a la bodega y cuando venía cargando en los brazos una pieza de unos 15 kilos aproximadamente, el compaíto Miguel se apresuró a agarrar papel de un saco de azúcar vacío, para colocarlo en el plato del peso y evitar la corrosión que produce el suero, pero cuando alza el saco ¡Sorpresa! rodó un disco de acetato, lo agarró y dirigiéndose a Edgar, que esperaba presuroso para colocar el queso en el plato protegido y quitarse la carga de encima, lo deja esperando y, exclamó con dolor: “Compaíto como no voy a estar quebrado en el negocio. Vea esto, mi mejor disco, lo saque de la rockola para que no me lo rayaran de tanto que lo seleccionan los clientes y vea dónde me lo tienen los muchachos”. Edgar, cimbrado por el peso, alcanza a preguntarle ¿Y qué disco tan bueno es ese compaíto? Y Miguel le responde, con las manos en la cabeza, conteniendo la rabia y el dolor. El disco del Águila Negra, Compaíto, el disco del Águila Negra, mi compaíto” Una señal prístina de la admiración por Negrete y sus interpretaciones.

Don Pedro Bermúdez Arreaza luego se asoció con su hermano Cruz e incorporaron al negocio la distribución de leche, asignándole la tarea al compaíto Miguel de ir todas las madrugadas a venderla en el mercado a real el litro. Tiempo después, un poco cansado y no viendo proporción al negocio, renunció y volvió a Pariaguán, donde pasó apenas un mes y regresó a El Tigre con el firme propósito de independizarse. Adquirió por mil bolívares un kiosco para expender víveres y mercancía seca al detal, en el mercado que funcionaba en la calle Héctor Villegas frente a la bodega del señor Barón (el hombre del bajo en la Banda Municipal). Un mes después demolieron el mercado, quedó en el aire de nuevo, pero no se rindió e inmediatamente alquiló uno para trabajar en las afueras del mercado de la avenida 5. Recuerda que colocó su quiosco frente el negoció de Alejandro Agostini, quién molesto por la competencia lo trataba mal y cuando tenía unos traguitos encima lo insultaba de lo lindo. El compaíto Miguel, que tiene la paciencia de un carbonero y un carácter afable, le aplicó la filosofía popular “Palabras necias oídos sordos”. El hombre pasó un año en esa actitud hostil hasta que se cansó y al final terminaron siendo muy buenos amigos. La fortaleza de la tolerancia se impuso.

Una vez consolidado el pequeño negocio, a los 3 años, apareció de nuevo el señor Pedro Bermúdez Arreaza, quien le ofreció empleo de nuevo y en mejores condiciones porque le iba mal en los negocios y requería de su experiencia y pericia.

Miguel aceptó. Se asoció en el quiosco con un margariteñito y se puso al frente del negoció en la esquina la Florida. Recuperado el negocio, Pedro le vende a su hermano Cruz, el compaíto Miguel se retira y compra una casa en la calle Falcón, que tenía 13 habitaciones, vivía de los alquileres y lo que producía la sociedad del pequeño negocio. En esa oportunidad, recuerda con cariño, que Santiago Rojas, el papá de Silvestre Antonio Rojas, el popular “Metoquina”, vivía en una de las habitaciones y como estaba sin trabajo y como tenía los muchachos pequeños, no le cobraba la mensualidad. Era solidaridad con el amigo en mala situación. Luego, le vendió a Ramón Arraíz, quién luego, al poco tiempo hizo lo propio a Eduardo Castillo quien remodeló el local e instaló la refresquería “El Castellón” en ese local, después del fallecimiento de Eduardo, fue comprado a un heredero de nombre Tomás Castillo, por Zuleima Golindano quién, antes de su fallecimiento, lo vende a su hijo Alfredo “El cabezón” Golindano que lo tenía en remodelación, pero lamentablemente perdió la vida en un accidente de tránsito y, una parte que ya estaba concluida, está alquilada como posada. Los herederos son los actuales propietarios. Es lo que tenemos entendido.

Miguel Tabata con el dinero de la venta, unos ahorritos que tenía, compró una casa en la misma calle Falcón y montó una bodega, exactamente, frente a la residencia de don Antonio Lara donde hoy, por cierto, es la residencia de la familia Quijada. En ese local vendió víveres, los fines de semana sacrificaba sus cochinitos para vender detallado a los vecinos, luego incorporó una mesa de billar y una de pool de fabricación rudimentaria que no tuvieron el éxito deseado. Luego vendió para fabricar en la esquina de calle Falcón con 5 de julio, donde estableció por muchos años la bodega y en la parte posterior un pequeño bar con lindas anfitrionas, una buena sinfonola y mesas de billar y pool de última generación. El compaíto Miguel, después de un largo y espinoso camino, había hecho realidad su sueño ¡Al fin! Lograba consolidar un negocio propio que le garantizará su subsistencia y la familia, a la cual le construyó una casa al lado. Creo que, en ese punto, con altos y bajos, como es normal en la vida vivió sus años dorados. Y bien vividos.

Esa esquina, Miguel Tabata, la vendió a la enfermera profesional Francia Fermín quien demolió la vieja estructura cercó el terreno, en su interior, construyó una vivienda familiar, sin embargo, para los vecinos de Pueblo Ajuro y muchos tigrenses, sigue siendo conocida como la esquina de Miguel Tabata, la cual toman como punto de referencia a la hora de indicar una dirección en el sector. No hay pérdida.

En sus recuerdos vibraban algunos nombres de compadres y amigos con los cuales compartió buenos y malos momentos. En donde destacaba el compaíto Miguel, a su compadre José María Lira Reyes, quien fue tan amigo y de confianza, que cuando decidía echarse las tequilas, lo dejaba al frente del negocio. También, recuerda con mucho afecto y cariño a don Julio Rodríguez el hombre de la inyectadora, a sus vecinos Germán Barreto, Jesús Piñero, Félix José Ramos el popular “Margarito” y su esposa Graciela Soto, Pablo “Catire” Freites, que tenía una bodega al frente, donde hoy es la residencia de Edgar José Salazar y Luisa Centeno, “Patica” Zubillaga, Ramonita Montes, que tenía la competencia en la esquina de la calle Venezuela, Jacinto Tabata y su compañera de vida “Goya” Montero, la viejecita Narcisa Rodríguez, “Goya” Arretureta, Jesús Campos, Modesto Maestre, Rafael Carrillo Tocoragua, su comadre Anastelia Salazar y así, compaíto, tanta gente me decía. Hasta los que me echaban el carro recuerdo ¿Cuáles? Pregunto. Bueno compaíto, Manuel de Jesús Duerto, el popular gallo enano, David Castillo conocido popularmente como “El Mocosito” y no crea compaíto, me dice, con picardía que Arturito Salazar “El quebraíto” era muy santo, había que estar mosca con él también. Toda gente buena y sana, a pesar de los pesares. Eran las picardías de la época.

Imagínese, compaíto, había tanta seguridad en esa época que todos los días al filo de la medianoche a pie, con mi bicicleta agarrada por el manubrio, acompañaba a las chicas que trabajaban conmigo que vivían en la Charneca, no las podía dejar solas y además en ese trayecto, aprovechábamos, para hablar de muchas cosas y, no pocas veces, de allá, me venía bien entrada la madrugada, tranquilo en mi bicicleta y nadie me molestaba. Hoy aquí en la bodeguita, a pesar que la tengo forrada de cabillas, vivo en permanente vigilia, asustado y encomendado a Dios. Que le queda al pobre en estos tiempos de violencia irracional. Todos vivimos con miedo. En lo que cae la noche a encerrarse. Es la orden de la delincuencia.

El compaíto Miguel fue un eterno enamorado, galanteador congénito, picaflor empedernido y no se cohibía a la hora de soltarle la jauría a una bella dama. De esas andanzas hay historias en Pueblo Ajuro. Tuvo dos hijos Moraime y Crisanto en su primer matrimonio y luego contrajo nupcias con el amor de su vida, Coromoto Arriojas. Unió su vida a ella para siempre, procrearon cuatro hijos: Marcela, Miguelito, Gudelio y Eber.

Miguel Tabata, fue un trabajador insigne, fundador de la calle Falcón y 5 de julio en Barrio Ajuro, que dejó una huella indeleble en el desarrollo de las populares bodegas de El Tigre y es que, desde muy joven le gustó el comercio. De ese camino no lo sacó nada, ni nadie y hasta el día de su muerte, en la Carretera Negra de La Flint, estuvo al frente de una bodeguita de su propiedad. Bienaventurado cuando se ganó esa bendición de Dios y siempre pudo alzar la copa con orgullo y cantar al unísono con la ranchera mexicana… Por ellas, aunque mal paguen.

Twitter: @Cheotigre
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