Destellos de la memoria (El sindicato de los trabajadores del remate de caballos (SINTRARE)

Opinión | mayo 2, 2021 | 6:20 am.

“Todos nacemos originales y morimos copias” Carl Gustav Jung (1875 – 1961) Psicólogo y psiquiatra suizo

Los remates de caballos forman parte de la costumbre de muchos tigrenses.

En un comienzo, en el hipódromo “La Rinconada”, las tardes de carreras eran sábados y domingos. Luego con los hipódromos de Bolívar, Valencia y Maracaibo hubo carreras los seis días a la semana. La Gaceta Hípica, La Fusta y otras revistas especializadas circulaban a partir de los martes. Los amantes de la hípica las esperaban con ansiedad desde temprano para adquirirlas. Era la «literatura» obligada de los jugadores durante toda la semana. Unos, cuando concluía la jornada en la tardecita del domingo, las tiraban al cesto de la basura y, otros más fanáticos, las coleccionaban para hacer ejercicios estadísticos y precisar la actuación de los purasangres. Lo cierto del caso es que, esas revistas eran indispensables como sustentáculo predictivo, para elaborar el cuadrito del 5 y 6 y las demás jugadas que se derivan de las excitantes carreras de caballos. Nadie juega a ciegas.

En los remates de caballos los apostadores se reúnen en un sitio previamente establecido. Los convoca el llamado banquero, quien brinda todas las facilidades a los asistentes para que la jornada se desarrolle en condiciones óptimas. Los jugadores disfrutan de todas las comodidades durante el tiempo que dure la reunión hípica. Hay todo lo requerido e indispensable. La logística corre por cuenta del anfitrión. Agua potable, refrescos, frías espumosas, pasapalos, escocés, ricos platos del arte culinario nacional e internacional y, hay quienes ofrecen a los jugadores, un buen sancocho y hasta una buena parrillada. En los últimos tiempos, estos centros de apuestas los han llevado a locales cerrados, que poseen aire acondicionado y los suministros, los adaptan al ambiente, que es ofrecido y atendido por lindas anfitrionas. Hay remates para todos los gustos y posibilidades económicas. Por el remate que visitéis os conoceréis el nivel económico del apostador. Nadie puede mentir. Lo que está a la vista no necesita anteojos.

Obvio, los que montan el escenario, ofrecen las comodidades. Pagan el alquiler del local, proveen la logística, cancelan la protección para evitar allanamientos, le detengan los jugadores y confisquen la jugada. Los banqueros responden por la jugada y el pago del premio al instante. Estos anfitriones o banqueros adquieren el derecho de que, por cada jugada que se haga, del monto total de la apuesta en una carrera, descuentan el 10%. Ahora, los gastos son más elevados y el porcentaje mayor ya que, también tienen que cancelar el derecho a la señal televisiva que llega vía satélite y poder disfrutar en vivo de las carreras de caballos y los escrutinios oficiales.

En democracia, Monitor Hípico, el programa de Virgilio Decán – El príncipe Aly Khan – por VTV, ofrecía la señal de manera gratuita, pero la revolución acabó con ese programa de entretenimiento. En todo caso, el que inventó el cacho inventó la vuelta y, ahora se paga la señal satelital. El juego continúa igual. Los apostadores ganan, pierden y, como a la larga el veneno mata, al final de la partida, la inmensa mayoría quedan como talón de lavandera. Hasta ahora, no se ha visto el primero que salga rico de ese ritual lúdico. El dueño del remate, la casa, el banquero o como lo quieran llamar, nunca pierde. Es el único ganador Dumbo, Virgilio Decán (Aly Khan), dixit.

En una oportunidad, el Lic. Vladimir San Vicente (+) montó un remate en la desaparecida Cervecería “El Chino”, la cual funcionó por muchos años, en la salida a Pariaguán. En ese tiempo, los apostadores, liderados por Emelin Sarabia (+), Edgar Brito, Román José Lunar y el popular Braulio Rafael Martínez Salgado (+), montaron un original movimiento reivindicativo de los jugadores y fundaron un sindicato para protegerse del banquero y, ¡Que vaina! también salvaguardar los intereses del banquero.

Era un sindicato que operaba en ambas direcciones. Garantizaba la paz laboral durante las tardes de carreras bajo las cláusulas siguientes: El banquero se comprometía a retener y entregar a los jugadores el 10% de la ganancia de la tarde, producto del 10% que descontaba de las apuestas y el sindicato se comprometía a que los apostadores no jugaran a crédito, cancelaran con cheques – había mucho rebote – y, todos los reclamos, tenían que ser canalizados, a través, de los directivos del sindicato. Eran los únicos voceros autorizados. Era un contrato colectivo ganar-ganar. Dado, firmado y sellado en las oficinas dónde funcionaba el remate. Un pacto de caballeros inviolable.

El sindicato estaba integrado por todos los jugadores activos. Hubo un censo inicial y una vez que estuvieron conformes con el quórum de la asamblea, acordaron hacer un sorteo para escoger en qué reunión le correspondía cobrar el pote del 10% que operaba como premio de consolación a cada uno de los jugadores y, oficializaron el nombre a la organización reivindicativa identificándola como Sindicato de Trabajadores del Remate (SINTRARE).

Había que darle organicidad y autoridad al sindicato y procedieron a la elección de las autoridades a mano alzada, resultandos electos para la directiva: Emelin Sarabia, Presidente, Prof. Edgar Brito, Secretario de Actas, Román José Lunar, Tesorero, Asdrúbal Mendoza, Contralor y Asesor Financiero y Braulio Rafael Martínez Salgado, Secretario de Reclamos. Una dirección restringida para hacerla operativa y funcional. Los directivos, antes del sorteo del reparto del 10%, las primeras 5 reuniones se las reservaron para ellos y cobrar, de manera privilegiada, el potecito al final de la tarde. El sorteo para las demás jornadas partió de la reunión hípica 6 luego que cobraron los líderes sindicales. Los asambleístas presentes que tuvieron un rol participativo y protagónico aprobaron el cronograma, las cláusulas y disposiciones generales del inédito contrato colectivo. Las reglas y cuentas claras conservan amistades.

La reunión que aprobó todo el andamiaje contractual se reunió el primer sábado del mes de enero del año 1973. Ese día José “Chabelo” Arismendi, estaba atendiendo el sellado del 5 y 6, del cual era sellador oficial en Ciudad Bolívar y obviamente, no estuvo presente. El domingo, cuando se presentó y fue enterado de los hechos, le informaron que estaba incluido en la nómina como uno más del montón y que, en el sorteo, resultó en el último lugar o sea le tocaba cobrar el 10% de la jugada, de acuerdo con el cronograma ya sorteado y aprobado, en la reunión correspondiente a la segunda semana de diciembre. “Chabelo” que es una lámpara estuvo en desacuerdo, pegó el grito al cielo, montó en cólera y reclamo airadamente. “Fui objeto de una trampa, me metieron picardía, gritaba y solicitaba que repitieran el sorteo” ¡Nada! Todo estaba consumado. No hay vuelta atrás. Ese punto está cerrado, le respondió con la autoridad y la firmeza que lo caracterizaba, el Secretario de Reclamos, Braulio Rafael Martínez Salgado y le paró los mochos en seco. “Chabelo” no tuvo otra opción que aceptar a regañadientes, pero juró cobrársela. Nadie hizo caso a sus amenazas y durante el año la situación transcurrió normalmente. ¡Ay, papá! El rancho estaba ardiendo. Estaba en marcha una rebelión.

El Sindicato de Trabajadores del Remate (SINTRARE) funcionó con tranquilidad y estricta paz laboral, hasta el mes de diciembre, fecha en que correspondió a “Chabelo” Arismendi cobrar el pote del 10% de la reunión establecida en el cronograma. Una vez que le hicieron efectivo su dinero, procedió a activar el movimiento subversivo, liderando un levantamiento secesionista, junto al empresario, Luís Alberto “Bibeto” Villarroel (+) y esperaron a Braulio Martínez, que llevaba la voz contante de la organización sindical originaria e imponía de forma autocrática las reglas del sindicato y lo dejaron por fuera en la nueva organización sindical. Invitaron a todos los jugadores, fundaron un nuevo remate en la calle 24 sur, hicieron un nuevo censo de jugadores y no incluyeron a Braulio Martínez, porque según “Chabelo”, nunca llevaba dinero al remate y salía buchúo. Ardió Troya. Braulio luchó para que todo volviera a la normalidad. No pudo y, como verdugo no chilla, aceptó la derrota con dignidad. El sindicato de la Cervecería “El Chino” se disolvió. El remate se mudó al nuevo local, bajo el liderazgo de “Chabelo”, pero como todo lo que se inicia mal, termina mal, tuvo una corta duración. Luego se atomizó y surgieron varios pequeños remates en diferentes sitios de la ciudad. La idea original del sindicato murió como una mala copia.

Estos hechos forman parte de nuestras historias urbanas y son verificables. Los protagonistas, son gente trabajadora de nuestra comunidad, que se divierten en las apuestas de las carreras de caballos y, en su mayoría están vivos, gozan de buena salud y excelente memoria y pueden dar fe de esta original idea que marcó un hito en los remates de caballos que funcionaron en la ciudad.

El popular exprefecto Emerson Camero es testigo de excepción. Hoy, refrescamos en la memoria colectiva lo que fue, el sindicato SINTRARE, con la firme aspiración de que, cuando los eximios cronistas, historiadores e investigadores de nuestro bello y prolífico pasado, decidan escribir la verdadera y autentica historia de la ciudad, los incluyan en el disco duro de nuestra memoria histórica y, los actuales jugadores de los remates, que ahora, le descuentan el 30%, puedan revivir esa original idea y al final de la tarde salgan con un premio de consolación. Hay que organizarse y, como ahora los sindicatos están proscritos por la revolución, pueden fundar una cooperativa. Algo es algo peor es nada. ¡Vale la pena!

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