La caída de Trump…
“Make America Great Again!” Donald Trump
El Apocalipsis que no fue
A la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos preví un escenario apocalíptico acaso por mis propias conclusiones: el desquiciado ataque a México y a los mexicanos forjado por su rudimentario nacionalismo; su intragable pedantería y desprecio maniqueo sobre los valores humanos (“bueno”: lo que lo apoyase; “malo”: todo lo demás); su infeliz ignorancia sobre temas esenciales de historia y cultura; o acaso por el ciclón de información y de propaganda negra que el mundo desparramó sobre él. Fuese lo que fuese imaginé con Trump el fin del mundo.
Me equivoqué, obviamente. Ni ocurrió el fin del mundo ni su accionar político fue tan devastador y errático como se suponía que sería. Mi errar fue humano.
Lo reconozco con humildad.
El Aprendiz que no fue
Erróneamente, Donald Trump fue desestimado por mí y por muchos. Lo cierto es que alguien que, como él, había sembrado su nombre por centenares de rascacielos en las ciudades más importantes de la civilización occidental, no debía de ser ni desestimado. De hecho, vi su programa “El Aprendiz” y sabía que, además de pragmático y calculador, era un gran estratega, no da un paso sin diseños complejos de planificación que ejecuta siempre eficazmente. Es, como lo demostró, un “fuera de serie”.
Trump sabía, lanzándose a la presidencia, que podía ganar, habría hecho miles de estudios y habría preparado toda suerte de planes antes de hacerlo, de lo contrario, jamás se habría lanzado.
Se postuló y –contra todo pronóstico, exceptuando el de él– ganó.
El presidente que no fue
Hizo una presidencia que, a pesar de lo controversial, de la pugnacidad con medios de comunicación y periodistas, tuvo unos resultados políticos, económicos y diplomáticos memorables. Basado siempre en los intereses de su país, enfrentó a China, Europa, la OTAN, Irán, negoció con Rusia, aplacó a Corea del Norte, estableció inéditos acuerdos diplomáticos en el medio oriente, arrinconó al pérfido eje chavista y en todas esas batallas salió –gústele a quien le guste, incluso yo– airoso. Venció. No hubo guerra, como nunca antes, hubo paz.
No sólo en las batallas políticas o geopolíticas fue dominante, también en las morales. Sus luchas por –sus creencias o las de su partido– la vida, el emprendimiento o la prosperidad salieron beneficiadas. Nadie lo puede objetar.
Entonces, ¿qué pasó?
El estadista que no fue
Donald Trump fue derrotado por sí mismo. Había logrado en las raíces más entrañables de la cultura norteamericana un fervor antropológico, casi un culto. Nada permitía suponer que pudiese perder las elecciones, ni siquiera su equívoco manejo de la pandemia (ningún mandatario mundial fue exitoso), tampoco su permanente e histérico combatir contra todo y contra todos. Al ícono de Nueva York lo derrotó su personalidad, se cayó a mordiscos frente al espejo. No fue un estadista, no se controló a sí mismo, primer requisito de un hombre de Estado.
Hay que ser justo también. Lo derrotaron unas instituciones políticas de la democracia más avanzada de la civilización, lo derrotó la Corte Suprema, el Senado, la Cámara de Representantes y el Vice-Presidente (espíritu insigne, por cierto). Lo derrotó la República de Platón.
Gran aprendizaje.
El héroe que no fue
Trump hizo cosas buenas y malas. No acabó con los Estados Unidos, más bien –gústele a quien le guste– con su estilo de vaquero desenfrenado, lo fortaleció (es un país más temido, más independiente). Sin embargo, su descontrol frente al espejo y el culto a sí mismo lo desbocó y a última hora, con el criminal asalto al Capitolio que sin duda él –enfurecido por el fraude electoral– estimuló, la original visión apocalíptica de su presidencia casi se materializa: un ridículo “hombre reno” y una manada de iracundos pisotearon la casa de Washington, Jefferson, Adams, Franklin, Madison. ¡Bochornoso!
No lo lograron. Las instituciones se impusieron, pero el intento de crimen a la democracia y el acto criminal en sí, gústele a quien le guste, debe ser sentenciado y penado con todo el rigor de la ley. Todos los involucrados tienen que conocer y vivir en la cárcel. Ese es su único perdón: la prisión.
La caída de Trump devino de la pedantería. No entendió que la democracia y la república existen para proteger al Hombre del hombre, y cuidarlas (a la democracia y la república) pese a sus imperfecciones, para evitar que los “hombres reno”, los Chávez, los Hitler, los Stalin y los Mao devasten a la humanidad. Estados Unidos no se equivocó. Optó por el Estado de Derecho.
El mundo seguirá, las luchas seguirán…, igual nosotros. No hay Apocalipsis.
Postdata conclusiva: como venezolano debo agradecer todo el esfuerzo del presidente Trump por ayudarnos a liberarnos de la criminal peste chavista, pero como ciudadano del mundo, agradezco más a la ley, a la democracia y a la república porque nos han dado el tesoro más preciado de todos: la libertad. A la única que debemos devoción y culto, a la única…
@tovarr