La muerte en el mar de la infamia
Es difícil definir con palabras cuando el corazón es un cerrajón de sentimientos. La desgracia de Güiria es un cachiporrazo que trajeron las olas con el ímpetu de lo inexplicable.
Los migrantes fallecieron ahogados a poco más de 11 kilómetros del puerto de Güiria, en la Península de Paria. Cuerpos de inocentes flotando, como en animación suspendida, vidas malogradas en una nueva entrega de esta pesadilla de veintidós años de vil acribillamiento. Huían por la necesidad imperiosa de tener una mejor calidad de vida. Se echaron al mar en una embarcación en malas condiciones, para buscar en la vecindad histórica otro destino. No les importó dejar atrás capítulos vividos en su tierra. Tantas dificultades que padecían que cualquier cosa era mejor.
Es el mismo espíritu de aquellos que lo hacen cruzando las complicadas trochas, encontrándose con todo tipo de enajenaciones humanas. Niños envueltos en los brazos de las angustiadas madres. Con sueño y frío en el asalto apretujado del hambre que se multiplica en kilómetros de angustia. Un viacrucis que se repite en miles de historias de la diáspora. En el fondo no soportan estar secuestrados en su propia patria. Sufriendo las difíciles condiciones que generan las trasnochadas políticas de la dictadura. No les importa los peligros que significan atravesar zonas inhóspitas a pie.
El destino es cualquier sitio donde se pueda garantizar algo de comer. Esclavos con los grilletes espirituales de estar condenados al sufrimiento. Lo de Güiria significa un nuevo número en la estadística de lo macabro. Las respuestas oficiales han sido cónsonas con su falta de escrúpulos. Cada día que pasa somos más Cuba. No solamente en el férreo control político que ejercen en Venezuela, también en las escalofriantes historias de aquellos que desertan sin importarles lo peligros que correrán. Para ellos cualquier riesgo vale la pena si el mismo tiene como inspiración el tener la oportunidad de librarse del infierno.
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