Reflexiones sobre verdad y política

Opinión | septiembre 28, 2020 | 6:26 am.

Uno de los campos emblemáticos que ha impedido la unidad de la oposición ha sido aquel relativo a ciertas concepciones sobre la verdad y la política. Algunos dirigentes asumen que su base de poder es decir verdades, aquellas que cree y profesa, sin quizás calibrar que la política y la verdad son dimensiones diferentes y que la política es un campo de pluralidades y posibilidades. Sin entrar en honduras filosóficas, lejos de ser especialista, podríamos atrevernos a decir de forma poco académica que existe una verdad de hecho y una de opinión, que es difícil pensar en verdades absolutas y que la política es un campo de potencialidades que plantea cambios hacia futuro, ya que el pasado no lo podemos mover y el presente es la existencia misma.

Para lograr cambios en la crítica situación política que vivimos, hay que aceptar retos, algunos muy amargos. Entre ellos ser congruentes con la presencia de sectores sociales que se encuentran inmersos en oscuras realidades que conspiran con su subsistencia. Mencionemos sólo tres escenarios: los 5 millones de personas que han debido iniciar un éxodo en condiciones de supervivencia y sin ninguna seguridad de poder alcanzar objetivos que respondan a sus expectativas.

Un segundo grupo serian el representado por la población infantil venezolana que afronta carencias que están determinado un futuro negativo, dada la imposibilidad de alcanzar una situación alimentaria que garantice el pleno desarrollo de sus potencialidades, tal como nos muestra Susana Raffalli. Este grupo es el más numeroso de nuestro país porque involucra a la infancia en situación de pobreza que en los estimados estadísticos refiere al 80% de la población. Un tercer grupo podría definirlo como todo aquel sector de la sociedad con opiniones política opuestas al poder y por tanto sujetos a prisión, torturas, muertes, pérdida de empleo y todo aquello que relata el informe ONU.

Para cada uno de estos grupos la realidad esta cargada de urgencias, los migrantes aspiran regresar al país y poder reiniciar una etapa constructiva con trabajo y seguridad. La infancia requiere urgentemente que sus familias puedan potenciar su capacidad protectora, que fortalezca la probabilidad de convertirse en sujetos con plena disposición de lograr que sus capacidades sean reales. En cuanto a la población que confronta peligros en su existencia fisca por sus posición contraria a un régimen que no acepta la disidencia y pone en peligro su vida misma, ésta concentra su aspiración máxima y su verdad en el logro del fin de la dictadura y la reinstalación de un clima de libertades. Estas realidades nos hablan de diferencias, urgencias, necesidades cada una con campos factuales de verdad todos legitimas en sí mismos, cada uno tan poderoso como los otros.

Volviendo al tema de la relación entre verdad y política, podríamos preguntarnos: ¿Cuál sería el sentido de un liderazgo que ante tal fragmentación social catastrófica se siente obligado a denunciar ciertas verdades que debilitan o niegan la posibilidad de lograr una unidad de los venezolanos que simbolice una verdadera fuerza para el cambio?

El ejemplo seria un comandante de una gran batallón que tiene que prepararse para un episodio de guerra y en lugar de fortalecer sus flancos se dedica a descubrir las debilidades de sus huestes. Olvida las urgencias de organizarse para el combate y dedica sus esfuerzos a exaltar debilidades. Puede que sus soldados carezcan de técnicas guerreras o que adolezcan del ímpetu de voluntad para enfrentar al enemigo o que sean inferiores en tamaño y armamento al enemigo, o que practiquen algún tipo de corrupción. ¿Cuál sería la misión del comandante, recalcar las debilidades, potenciar los posibles errores que se puedan cometer o avanzar en una predica de superación, aprendizaje, corrección, envalentonamiento que pueda acercarlos a al triunfo y no a la derrota?

Si la verdad en este escenario es un conjunto de realidades, diferenciadas, contradictorias, cuál será el mejor camino para lograr la unidad, acentuar las posibilidades de fracaso o acercarnos a un triunfo difícil pero capaz de lograrse.

La primera pregunta realista, factual debería ser ¿Quién es el enemigo? Contra quién se está luchando, cuánto vale exaltar las posibilidades de fracasar, separar aún más. Si es así, entonces cómo deben emplearse las argumentaciones, si en lugar de convertir la quejas internas en victorias pírricas, alcanzar más popularidad, más imagen de una supuesta implacabilidad, nos acercamos a ese objetivo no intercambiable por ningún otro como es lograr la unidad, construir una sola voz frente a un enemigo que sabe y se regocija con el fomento de un alejamiento interno que matemáticamente expande sus posibilidades de mantenerse, y derrotarnos.

¿Cuál verdad estamos pregonando, la que debilita al enemigo o la que fortalece la unidad?

La política es un escenario compuesto de parcialidades y posibilidades difíciles de interpretar pero que hace las verdades más poderosas cuando mejor interpretan las realidades. ¿Qué habrá en el corazón de los migrantes que sufren las amarguras del éxodo, cuál es el ardiente deseo de los presos políticos encerrados en una obscuridad brutal?

¿Qué es lo más certero denunciar las fallas, concentrarnos en la pretendida corrupción de nuestro lado, disfrazarnos de Superman, Batichica o contribuir a la creación de una fuerza que permita superar al enemigo real, crear la posibilidad de derrotar al verdadero causante de la tragedia que enfrentamos todos?

No es tan difícil ceder, aceptar ver la complejidad de los escenarios, ponernos al lado de las reales victimas en lugar de exaltar nuestras creencias particulares que pasan por criterios que podrían calificarse de destructivos cuando requerimos una alineación en el momento preciso para derrotar al indiscutible enemigo. La verdad de hecho es aquella que nos da fuerzas para vencer y avanzar hacia la libertad, aunque sea por caminos tortuosos.