“Desnúdense y agáchense”: la indignante travesía para abordar un vuelo humanitario a Madrid
María Quintero es una venezolana que reside desde hace dos años en España y quedó atrapada en Venezuela por la pandemia cuando vino a visitar a sus familiares el pasado mes de febrero.Quintero narró a El Pitazo, lo que tuvo que pasar para abandonar el país, una odisea que incluyó momentos «humillantes, horribles e inhumanos», que sin embargo no borran sus ganas de volver a Venezuela tras terminar los estudios que está cursando en la nación ibérica.
María llegó a Venezuela en febrero para visitar a su familia. Tenía previsto volver a finales de marzo a Madrid, pero la pandemia por covid-19 trastocó sus planes. Tras quedarse por más de cuatro meses en Mérida debido a las restricciones de movilidad establecidas por el gobierno de Nicolás Maduro, María consiguió ser incluida en la lista de personas que pidieron abordar alguno de los vuelos humanitarios autorizados para regresar a España. La larga espera ya tenía fecha de caducidad: el 22 de julio regresaría a Madrid.
“Desde que me he tenido que acercar a las autoridades gubernamentales, uno se da cuenta de la dictadura en que vivimos, la recuerda”, dijo Quintero sobre su relato de lo vivido antes de poder volver a España.
Desde que comenzó la flexibilización de la cuarentena nacional, para poder transitar de un estado a otro en Venezuela es necesario portar un salvoconducto, y para abordar alguno de los vuelos humanitarios es indispensable tener el resultado negativo de una prueba rápida de covid-19. Estos dos requisitos le costaron a María tres días de recorridos repetidos en una ciudad con aguda escasez de gasolina, directrices contradictorias, súplicas, lágrimas y humillaciones.
“Íbamos al Hula (Hospital Universitario de Los Andes), al Seguro Social, a varios CDI (Centros de Diagnóstico Integral) y nadie nos quería hacer las pruebas porque decían que eso era para gente enferma y no para viajeros, y que la Zodi (Zona Operativa de Defensa Integral) tenía que autorizarlos, y en la Zodi nos decían que el general Ferrer ya no estaba expidiendo ninguna lista de nada, que ya cada quien tiene que buscarse por su cuenta las pruebas. Así nos tenían del timbo al tambo, y ya era sábado”, narra María cuyo viaje a La Guaira estaba previsto para el domingo 19 de julio.
Por intermediación de la cónsul de España en Mérida, María y otras personas seleccionadas para viajar en alguno de los vuelos humanitarios autorizados para regresar a ese país consiguieron la posibilidad de hacerse la prueba rápida para descarte de covid-19 en el Hospital del Seguro Social de la ciudad.
“La cónsul de España en Mérida nos dijo que fuéramos el sábado a las 10 de la mañana y nos hacían las pruebas, pero que fuéramos de bajo perfil porque no estaba autorizado por la dirección de la institución. Así fue. Llegamos y la primera en hacerse la prueba fue una médico, profesora del Hula, o sea, si ella no había encontrado para hacerse la prueba menos la íbamos a encontrar nosotros. Luego me la hice yo y luego una familia de tres personas”, recuerda Quintero.
Lo que parecía ser el logro del requisito indispensable para tramitar el salvoconducto que le permitiera salir de Mérida y llegar a La Guaira, se desvaneció minutos antes de tener en sus manos el resultado que certificara que ella no tenía la enfermedad por coronavirus. Los resultados del diagnóstico de María, así como de quienes se hicieron la prueba después de ella, se convirtieron en trozos de papel rasgado por el propio director del hospital.
“Cuando estábamos esperando los resultados para empezar a hacer los certificados, llegó el director del Seguro Social. Se encerró en el consultorio y desde afuera se escuchaban los gritos que le pegó a la pobre señora que nos hizo las pruebas, la trató horrible. Es un déspota recalcitrante. Cuando salió nos dijo que no había pruebas. Le rogamos que por favor nos las diera y nos dijo: ‘Ese no es mi problema. Ustedes arréglenselas con la Zodi’. Entonces le dijimos: ‘Pero la Zodi nos manda para acá’. Y nos dijo que eso no era así. Yo le dije: ‘Por favor, al menos las pruebas que ya se hicieron, dénoslas’, y nos dijo: ‘Las tiré, las rompí y las boté’. Prefirió tirarlas y romperlas que darnos los certificados”, cuenta María con la indignación aún reflejada en su voz quebrada.