«Derribemos monumentos”, ¿y luego?

Opinión | junio 21, 2020 | 6:26 am.

Sobre su rostro dibujaron unas lágrimas rojas. Abajo escribieron “Bastard”, y los dos hombres arrodillados frente a él también fueron marcados en rojo con una especie de cruces. En el marco de las protestas contra el racismo en Estados Unidos alguien decidió que Cervantes era un opresor, y por ello decidió atacar su monumento en el Golden Gate Park en San Francisco.

Las razones para llamar a Cervantes “bastardo” son un misterio, pero quizás al ver un rostro que parece de la época de la conquista, con dos hombres arrodillados frente a él, pensó: “opresor, bastardo”. Lo que esta persona quizás ignoraba es que los dos hombres arrodillados representan a Don Quijote y Sancho Panza.

La destrucción de estatuas, y en general de monumentos, se ha ido contagiando en el marco de las protestas contra el racismo.

En Bristol tumbaron la figura de Edward Colston, por haber participado en la trata de esclavos. La de Cristóbal Colón también ha sufrido el mismo destino en otros lugares. En México, meses antes, en una marcha contra la violencia de género se atacó el Monumento a la Independencia en la capital, y hubo intentos por destruir la fachada de la Catedral. Esto sin duda es una muestra de violencia reprimida, la cual se ha tratado de racionalizar a través de análisis académicos y justificaciones históricas, estas últimas no exentas de algo de hipocresía.

En los casos mencionados no hay un patrón. ¿Qué tienen en común Cervantes, Colón y Colston? Más allá que sus apellidos empiecen por “C” y que todos eran europeos, nada. Un escritor, un explorador y un comerciante de esclavos. Sin embargo, simplificar lo complejo es propio de los seres humanos, y más cuando se es parte de una masa. Atacar la imagen de Cervantes no tiene explicación. En cuanto a Colón es como que un pacifista quiera destruir una estatua de Einstein haciéndolo responsable por invención de la bomba atómica, y en cuanto a Colston, si bien la trata de esclavos es condenable, lo cierto es que en aquél entonces era “normal”, o al menos legal.

A lo largo de la historia los cambios se han ido dando como en una especie de péndulo entre los cambios graduales y los cambios radicales. Entre reformismo y revolución. Para los primeros se deben buscar las transformaciones dentro de la lógica del propio sistema, para los segundos el sistema es un reflejo de los intereses de las clases dominantes y por lo tanto debe ser destruido desde sus cimientos. Lo paradójico es que muchas veces son los reformistas los que terminan alcanzando las utopías de los revolucionarios. Las revoluciones por lo general en el corto plazo terminan en violencia, lo que es natural por los desequilibrios que generan, para luego en algún momento alcanzar un nuevo equilibrio.

Lo que muchos olvidan es que por lo general esas revoluciones terminan sustituyendo una élite por otra, mientras que las reformas, aunque menos épicas, son las que realmente contribuyen a fortalecer los sistemas existentes. Las grandes revoluciones europeas del pasado lucharon contra el predominio de la monarquía, y si bien finalmente instauraron democracias, las mismas se han ido fortaleciendo desde las reformas. Estados Unidos es un caso particular, es una nación cuyo nacimiento está íntimamente ligado a una revolución, pero la cual se hizo sobre unas bases institucionales preexistentes débiles. Las revoluciones americanas perpetuaron las estructuras coloniales.

Regresando al tema de las estatuas derribadas, la gran interrogante es si esos manifestantes quieren destruir el sistema desde sus cimientos o si creen que la democracia, aún con todos sus defectos, sigue siendo el mejor sistema posible. De ser lo segundo la solución no es derribar estatuas, es desde el respeto de las reglas existentes, específicamente de la Ley, que se pueden ir logrando los cambios deseados.

Sí, es poco épico. Sí, hay rabia acumulada. Sí, las estructuras de poder buscarán perpetuarse. Pero una supuesta revolución que debilite las bases de la democracia es una fórmula segura para la instauración de una tiranía, en la que los que hoy derriban estatuas serán sometidos por tiranos modernos.

Twitter: @lombardidiego