The End

Opinión | abril 4, 2020 | 6:30 am.

Ni poeta ni documentalista

En estos tiempos de perplejidad e incomprensión, donde la humanidad para salvarse debe ser inhumana, retraída y cuidadosa del prójimo, donde tocarse, estrechar manos, abrazarse o besarse pueden ser interpretados como actos criminales, donde andamos de un lado al otro como enmascarados, la palabra activista se redimensiona y encarece: hay que activarse contra la peste.


En mi caso, por ejemplo, me enorgullece más ser reconocido como activista que como escritor, poeta, documentalista o abogado. Uso la poesía, el escrito, el documental o el derecho como actos que están al servicio y reivindican la libertad. No busco condecoraciones, busco libertades.

El heroísmo silencioso del activista

El activista no tiene descanso. Su vida está dedicada a reivindicar derechos. Lucha diariamente por ellos no de manera egoísta o individual (aunque por lo general sus esfuerzos lo sean). Siempre, en todos los casos, sus reclamos favorecen el bien común. Un activista es un silencioso héroe civilizador o, al menos, sus actos lo son. Vive una soledad de escalofrío.

Ser activista siempre –como todo acto heroico– conlleva una tragedia. Los griegos no se equivocaron. Desde entonces todo activista –como héroe– atiborra su espíritu de heridas, frustraciones, de incurables llagas sangrantes. Ni uno se salva, no sería un activista si estuviera exonerado del dolor y la tragedia. Todo heroísmo es trágico.

Todos para uno y uno para todos

Durante estos largos, tristes y devastadores veinte años de dictadura chavista casi cualquier venezolano decente ha sido un activista, algunos con mayor dedicación que otros, pero casi la mayoría de nosotros se ha activado para luchar por la libertad. Pocos no lo han hecho y sin duda esos pocos están vinculados con el crimen y la corrupción chavista, el desdén no existe.

Artistas, pintores, músicos, escritores, empresarios, abogados, ingenieros, estudiantes, obreros, panaderos, twitteros, maestros, enfermeras, doctores, campesinos y un largo etcétera de venezolanidad se ha activado contra el chavismo y, aunque luchamos, no hemos logrado derrocarlos. Ha sido extenuante ver al país devastarse y no poder liberarlo, ¿o no?

El método de la traición

La lucha ha sido feroz y asimétrica, el chavismo –conglomerado mafioso y criminal– una vez que llegó al poder, aparte de emplear los ortodoxos métodos de persecución, prisión, tortura y asesinato político, usó un dinero inimaginable para comprar opositores, doblegarlos y usarlos de manera grosera para sus propios fines dictatoriales y contra la libertad.

Así nos encontramos muchas veces con aberrantes casos de colaboracionismo que tanta nausea y consternación nos causaron. Las traiciones de Ricardo Sánchez, William Ojeda, Claudio Fermín, Felipe Mujica, Henri Falcón, Luis Vicente León, Luis Parra o José Brito han dificultado muchísimo la lucha. Pero ni con ellos a su servicio han podido doblegar nuestro sueño de libertad.

El final de la película

Sin embargo, el activismo venezolano, el decente, el que no se doblega ni vende, el que lucha día a día, el que resiste y protesta, el que denuncia aquí, allá y acullá, el que ama genuinamente a Venezuela, ha recibido al fin el espaldarazo de los aliados del mundo, quienes de manera universal le han puesto precio a la captura de los tiranos Maduro y Cabello. Insisto: al fin.

No sólo le han puesto precio. En una acción sin precedentes han desplegado una flota militar para liberar a Venezuela de la narcotiranía terrorista sea como sea. Es una victoria del activismo ciudadano, es decir, es una victoria tuya, suya, mía: nuestra.

El final de la película está escrito y llega su desenlace. Se intuye, se percibe, se siente, está cerca, llega. Lo verás.

The End.

@tovarr