Salvoconductos coronarios

Opinión | marzo 30, 2020 | 6:24 am.

Existe una cabal comprensión de los venezolanos respecto a la pandemia. Esta nos sorprende en condiciones institucionales reconocidamente desfavorables. Abona más la consciencia y la autodisciplina de toda la sociedad civil que intenta reconstruirse, que un Estado que no orienta ni sirve debidamente.

Con una crisis humanitaria compleja por delante padecemos la calamidad médica y sanitaria que nos ha caracterizado desde muy antes de la inoportuna visita. Poco se sabe de los alcances reales del coronavirus entre nosotros, pues, ni siquiera se ha divulgado el más elemental boletín epidemiológico oficial.

Antes que un fenómeno que atañe a la civilidad, a la situación médica y sanitaria del país, se ha impuesto una exclusiva perspectiva militar del asunto. Ni siquiera los galenos consiguen gasolina para sus desplazamientos, en atención a las otras enfermedades de una población que no debe reducirse sólo al indeseado visitante. Tampoco ha sido fácil para aquellos impostergablemente obligados a realizar las diligencias funerarias tras el abatimiento de una pérdida familiar.

El orden público en aldeas, caseríos, pueblos y ciudades venezolanas se mantiene gracias a la cautela de vecinos ya acostumbrados a resguardarse. Porque no hay un agente policial a la mano para afrontar inmediatamente cualesquiera vicisitudes. Las alteraciones razonables obedecen a las obvias protestas de quienes en todos los confines del país reclaman una actitud diligente de las autoridades.

Y hay un asedio constante de la dirigencia social y política que se opone a la dictadura, trastocada la cuarentena en un Estado de sitio.

A las ya consabidas detenciones se suma la más abierta intimidación de quienes tienen un liderazgo natural en parroquias, municipios y estados. Un ejemplo son los cobardes grafiteros que estampan su advertencia en las fachadas de las sedes de Vente Venezuela, o de sus dirigentes, como Miluzma Bolivar o Antonio Valencia, en un rincón del Guárico o Anzoátegui. Los agresores gozan de salvoconductos y recursos para amenazar con “picarlos”, en tiempos coronarios.