Reflexión sobre los partidos

Opinión | marzo 14, 2020 | 6:23 am.

En momentos de “reflujo político” o “incertidumbre” como el que vivimos en la oposición es útil reflexionar sobre algunos temas políticos, pero que tocan elementos éticos y organizativos más amplios. Sobre todo después del episodio de la designación del Comité de Postulaciones del CNE, que comenté en mi artículo anterior, y ante la perspectiva de la continuación del proceso de designación de rectores del organismo, si es que llegare a efectuarse por la Asamblea Nacional, como todos deseamos.


La situación allí planteada nos deja ver una falta de actualización y modernización de nuestro estamento político partidista, que puede llegar a ser preocupante.

Da la impresión de que algunos, o muchos, entienden que hacer política en Venezuela se reduce a la participación en procesos electorales. Pero otros creemos, al igual que los antiguos griegos, que la política está en el origen de la sociedad humana, en la propia naturaleza del hombre, que como ser naturalmente sociable, no puede pretender a la felicidad hallándose aislado.

La política es la actividad del ciudadano, y para los griegos, desde antes de Cristo, el ejercicio del poder era algo reservado a los más rectos y de conducta más irreprochable. Mucha tinta se ha vertido sobre el tema, pero hacer política sigue siendo plantearse el tema del poder y como conquistarlo… incluso, mediante la vía electoral. Y para emprender esa vía son necesarios, sin duda alguna, líderes y partidos, tema del que me ocuparé hoy.

Hace algún tiempo ya, en los artículos que entrego semanalmente, me pronuncié por la necesidad de construir para Venezuela organizaciones políticas modernas, populares, policlasistas y que se planteen claramente la toma del poder sobre la base de un programa explícito, y un compromiso personal y colectivo con ese programa. Un programa mínimo de postulados éticos y que deben estar presentes en cualquier organización política en las que estemos dispuestos a participar; por ejemplo, la transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del partido y los fines del Estado; la conciencia, en el político, de que su función pública, es una función educativa.

Establecidos estos puntos —éticos— fundamentales es válido que nos plateemos otros problemas: ¿Cómo hacemos para que nuestro mensaje le llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista que queremos para el país, es lo mejor para él, y no solo para nosotros? Ese es nuestro verdadero reto. En los programas definidos y dados a conocer por la oposición y sus candidatos, al menos sus aspiraciones globales están claras, definidas. El problema ahora es como hacemos que llegue a todos los venezolanos, y como lo convertimos en postulados compartidos con compromiso y en ideales de lucha común. Y para eso son imprescindibles los partidos.

Pero no pensemos que las únicas formas de organizarse políticamente son las que hemos conocido hasta ahora, basadas en los grandes partidos policlasistas y de masas, organizados bajo el centralismo democrático, y bajo la concepción de “correas de transmisión”. Es decir, expresiones organizativas de una ideología elaboradas por “intelectuales” alienados –como diría un leninista– o “cuadros de vanguardia”, y que nos pueden conducir a un nuevo fracaso. No aceptemos fácilmente el chantaje de la “coordinación”. Seamos consecuentes con otros principios en los que también creemos, como por ejemplo, el de la libre competencia. Que surjan todas las iniciativas posibles, que –tomando en cuenta los principios enumerados– se organicen de la forma en que puedan y quieran, que utilicen las formas modernas, cibernéticas, redes sociales, de comunicación, que se lancen a la lucha política y a la captación de adeptos y voluntades, y que triunfe el que mejor sea capaz de expresar los interés e ideales de los grupos sociales a los que aspire representar.

Esta es una invitación a organizarse. Desde ahora, sin esperar más, con la clara conciencia y el objetivo político a largo plazo de llegar al poder, pero con la precaución de no sucumbir al inmediatismo y creer que la única forma posible de organizarse políticamente es la que ya hemos conocido.

Esto implica una organización diferente a la de partidos de masas, policlasistas, como ahora los conocemos, y con los que contamos. Aunque tampoco significa que nos planteemos una organización parecida a los «partidos de cuadros», siguiendo la jerga leninista; o un partido de corte militar, como los que intentaron formar en el país hace algunos años y que no cuajaron o se han convertido en maquinarias de represión e intimidación.

Un ejemplo, que ya he esbozado anteriormente, de lo que podría ser una moderna organización política, más acorde con «los signos de los tiempos», es la adoptada por los partidos modernos en muchos países. Un núcleo central de políticos profesionales, y una amplia periferia que se activa y desactiva de acuerdo con circunstancias específicas. Así funcionan ahora algunas empresas y si este esquema funciona para el mundo de los negocios, ¿Por qué no habría de hacerlo para el de la política?

Politólogo

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