Ciberacoso

Opinión | febrero 21, 2020 | 6:18 am.

Si no fuera por las redes sociales (RRSS) Venezuela se encontraría aún más aislada y censurada. Hace cerca de 10 años dejé de comprar periódicos y revistas impresos. Uno que otro libro he adquirido. De resto, mi vinculación con la información es a través de las RRSS. Son ellas parte de mi cotidianidad.


Por eso otorgo a ese medio suma importancia como una herramienta que cada día adquiere mayor relevancia en la cotidianidad del venezolano. Es tiempo de asumir responsablemente el uso de los medios digitales con absoluta consciencia porque se trata, a fin de cuentas, de relaciones humanas que se encuentran delante y detrás de las pantallas.

Hace tiempo que las RRSS dejaron de ser patrimonio de los comunicadores sociales (periodistas y analistas de opinión) para ser asumidos por los ciudadanos como instrumentos de comunicación integrales e integradores.

Destacamos estas afirmaciones en razón de conocer algunas experiencias que en tiempos recientes han ocurrido en la actividad cibernética con el denominado “ciberacoso” entre usuarios de algunas plataformas digitales.

Hace apenas un par de años ocurrió el suicidio de una tuitera quien, después de verse inmiscuida en una acalorada discusión con otros tuiteros, decidió suicidarse. Fue de las primeras experiencias dolorosas vinculadas al tema que tratamos.

Por estos días vuelve a presentarse otra discusión, pero ahora a gran escala entre un conocido “influencer” y una tuitera por un asunto que si bien es de importancia (protección de la fauna silvestre) no era necesario llevarlo a niveles tan desagradables, como este del acoso cibernético.

La denunciante terminó siendo vituperada, humillada, amenazada en su integridad física y degradada en su condición humana. Fue, sencillamente, objeto de maltrato por parte de quien, en su condición de influencer y seguido por más de 2 millones de fanáticos, se lanzaron contra una hasta ahora anónima tuitera como hordas fanatizadas descargando odio y violencia verbales sin medida ni control.

He leído de otras experiencias en el plano político, deportivo y de farándula, concretamente, donde la virulencia se ha hecho extrema. Si bien es cierto que la gran mayoría de los países mantienen leyes y normas para regular la actividad de los usuarios en las RRSS, no deja de llamar la atención los niveles de agresividad y violencia que incitan a la práctica de la transgresión de principios y valores en las sociedades.

Las RRSS son el reflejo de un mundo oculto de quienes hacen uso de ellas. Detrás de las pantallas se encuentran unas realidades, seres humanos, generalmente viviendo en un mundo de insatisfacciones, de restricciones y resentimientos de todo tipo, quienes encuentran al interactuar con otro cibernauta la ocasión para “descargar” su emocionalidad.

Detrás de la pantalla existen seres humanos, personas que expresan su cotidianidad con menos restricciones. Por lo tanto, con más informalidad, de manera directa, espontánea y al momento. Y es precisamente ese “momento” esos segundos donde se asume protagonismo, se es héroe o villano, se adquiere una cierta consciencia de trascendencia, aunque esta sea a costa de anular al semejante.

Las RRSS en sí mismas no son responsables de nada. Por el contrario, son un excelente y trascendente vehículo de integración social, cultural, que llegaron a nuestras vidas para quedarse, como la televisión, el celular y el cine. Los usuarios sí debemos entender que su “uso” es parte nuestra. De cómo lo hagamos dependerá nuestro éxito o fracaso como ciberusuarios y por tanto, el que seamos reconocidos y tomados en cuenta socialmente.

En esto último los llamados influencers apenas comienzan a ser reconocidos, más por la cantidad de seguidores que por otras cualidades que puedan tener. Habrá que agregarle en lo adelante, principios y valores como ciudadano, coherencia y ética en sus argumentos y temas que aborda. En fin, que un influencer no puede denominarse como tal sólo por el hecho de sobrepasar determinado número de seguidores. Porque habrá también que revisar hasta qué punto es importante contar con una cantidad de seguidores, que a fin de cuentas son bots (simples robots repetidores) o similares analfabetas funcionales.

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