189 años de la muerte del Libertador

Opinión | diciembre 19, 2019 | 6:26 am.

«Tengo la obligación de recordarles que Bolívar murió, y que nuestro destino no depende de sus instrucciones» Elías Pino Iturrieta

Cada 17 de diciembre hay luto nacional porque se conmemora el fallecimiento de Simón Bolívar (1783-1830) como un recordatorio del dios tutelar de los venezolanos. El mito Bolívar se construye en 1842 por decisión de Páez quién encargó a Urdaneta repatriar los restos mortales de Simón Bolívar de Santa Marta hasta la catedral de Caracas con toda la solemnidad del caso. Al parecer, hubo maestros de ceremonias importados que copiaron otros eventos similares como el retorno de las cenizas de Napoleón Bonaparte a los Inválidos en París durante el año 1840.

Páez entendió o le hicieron entender que las conexiones con el pasado al uso eran todas inconvenientes. Lo indígena era irrelevante y el aporte africano indigno para los cánones de la época. Sólo lo hispánico daba cierto lustre pero la guerra de exterminio que se practicó contra ellos dejó tantos reconcomios que la leyenda negra española era un dique infranqueable. ¿Qué hacer entonces? Recuperar a Bolívar y exaltar sus logros políticos y militares sobredimensionando todas sus actuaciones como mestizo criollo.

Desde entonces la ideología política del Estado venezolano es bolivariano sin el permiso del Libertador. Venezuela, a través de sus gobiernos, caudillos, presidentes y dictadores, se han legitimado arropándose con el mito Bolívar. Y el mito como tal si bien confiere una orgullosa y altiva identidad nacional que ha cohesionado a todo un colectivo heterogéneo y disperso por las grandes fracturas socioeconómicas nunca atendidas debidamente, ha terminado por ser toxico y contraproducente.

El Bolívar real, el histórico, es un gran desconocido para la inmensa mayoría de los venezolanos. El Bolívar que nos han impuesto desde el poder es un recurso psicológico compensatorio que nos sirve de excusas para no mirar nuestros fracasos en el presente como sociedad. El pasado reinventado con tono patriótico vacío es la perfecta excusa de nuestros gobernantes para no asumir ninguna responsabilidad que implique la más mínima contraloría de parte de sus dirigidos o instituciones, hoy de paso, éstas últimas, destruidas todas. Nuestra edad de oro está en la Independencia y Bolívar: con esto nos basta.

Saturados de tanto bolivarianismo el Estado vive a sus anchas de este capital prestigioso de un imaginario marcial, chauvinista y heroico que suplanta el logro civil y abnegado de toda una sociedad sacrificada en el altar de los próceres. Próceres estos que terminaron matándose entre sí promoviendo ideales contrarios a los que la doctrina bolivariana, teóricamente virtuosa e invocada por todos, establece.

Del Bolívar republicano sólo queda una silueta pálida ya que en la hora actual lo que define a una sociedad abierta y moderna se encuentra negado por completo. Y esto es lo paradójico del mito Bolívar: su invocación no es para engrandecer a Venezuela y a los venezolanos sino para embaucarlos desde un poder irresponsable e indiferente a los ciudadanos convertidos en víctimas.

Sólo es posible alcanzar la adultez como nación si los venezolanos desde la escuela hasta el Congreso aprenden a distinguir entre el mito y la historia real cuyas exigencias sólo son posibles de medir y contrastar en los logros en el presente. Hay que empezar a liberarnos de la tutela bolivariana como construcción ideológica totalitaria por parte de un estado que se asume también como gobierno y partido.

Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ

@LOMBARDIBOSCAN