La soberbia, mala consejera en política

Opinión | agosto 17, 2022 | 6:20 am.

«La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad”. Nicolás Maquiavelo (1469-1527), historiador, político y teórico italiano.

La soberbia, en ocasiones usada como sinónimo de orgullo, es un sentimiento de superioridad de uno mismo con respecto a los demás. El orgullo es disimulable, e incluso apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes, mientras que a la soberbia se la concreta con el deseo de ser preferido por otros, basándose en la satisfacción de la propia vanidad, del yo o ego.

Otros términos asociados o sinónimos podrían ser:  altivez, altanería, arrogancia, vanidad y pare usted de contar.

Sin embargo, no es demasiado difícil evaluar el nivel de soberbia que se está alcanzado en la política del socialismo mal llamado bolivariano. La altanería y la jactancia, actitudes que acompañan y agravan tal exceso, aparecen hoy en la gran mayoría de los personeros del régimen, con Nicolás Maduro a la cabeza. Este patético panorama colabora decisivamente en la configuración de una Venezuela inmersa en una batalla fratricida, de bandos y bandas, mucho más dispuesta a la puñalada que al diálogo, resquebrajando en consecuencia su coherencia y armonía.

No obstante, siendo fácil de constatar lo anteriormente señalado, nada de ello sería factible si la sociedad misma, no hubiera asumido como cierto un principio falso, de que la labor de los políticos no consiste, como nos inculcan, en regular la convivencia entre los ciudadanos. Todos, con independencia de su ideología, se consideran indispensables en la guía y en la tutela de un pueblo que, afirman, sin ellos sería incapaz de coexistir. Nos acercamos, entonces, a la raíz del dislate.

Como alguien señaló, la «fatal arrogancia» de quien se siente más inteligente que el resto, no es el mayor pecado de los políticos. Consiste éste en lo que se denomina la «humilde soberbia», en el convencimiento, tan arraigado en ellos, de que el orden espontáneo, fruto de la libertad individual, jamás podría estructurar un mundo vivible. En el fondo, es su absoluta desconfianza en el ser humano, al que entienden disminuido, lo que los induce a tratar de imponerle normas y más normas que suplan su minusvalía. Esta «misión» de salvarnos deriva después en el enfrentamiento de fórmulas con el propósito de aplicar cada uno la suya, incompatible, claro, con cualquier otra.

La auténtica petulancia de los socialistas del siglo XXI venezolanos es la de considerarse imprescindibles, llamados a enseñorearse con un pueblo, que necesita de sus ideas y de su fortaleza para subsistir. De esa soberbia y recelo frente la sensatez individual, nacen más tarde las otras: el afán de consagrar el propio criterio, y la estúpida pretensión de monopolizar y perpetuarse en el gobierno

No hay duda alguna de que les falta, la valiente humildad de respetar el libre juicio de cada quien. Sus egos descomunales sólo esconden, intuyo, el inmenso y enfermizo pavor que les provoca la libertad.

Hace dos años escribimos que en estos últimos tiempos el país ha sido testigo de los denuestos, descalificaciones, insultos, amenazas y un sinfín de improperios proferidos por los voceros del oficialismo, Nicolás Maduro, y Diosdado Cabello, por nombrar solo a dos, quienes sin importarles la dignidad de los cargos que ostentan, atacan ferozmente a sus adversarios políticos con calificativos que no vale la pena ni siquiera mencionarlos, pero que todos sabemos cuáles son.

Este comportamiento atípico en la política venezolana desde que se instauró la vida republicana, deja entrever que estos personajes no tienen el menor rubor de exhibir un lenguaje escatológico, vulgar y agresivo, y que poco o nada les importa irrespetar a sus congéneres y en general al pueblo venezolano. Exhiben a todas luces lo que la teología católica califica como uno de los siete pecados capitales: la soberbia. ¡Y dicen ser cristianos!

Bien lo señaló el filósofo español Fernando Savater en su libro «Los siete pecados capitales», en el que describe brillantemente que «la soberbia no es solo el mayor pecado, según las escrituras sagradas, sino la raíz misma del pecado. Por lo tanto, de ella misma viene la mayor debilidad. No se trata del orgullo de lo que tu eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes.

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