Egildo Luján: Venezuela es hoy un botín a ser repartido entre grandes potencias armadas

Política | febrero 21, 2022 | 10:36 am | .

Egildo Luján, miembro de la directiva de la  y coordinador del Congreso Fundacional Constituyente, considera que, además de las desgracias que sufren los venezolanos, tanto los de la diáspora como los que se han quedado aquí, ahora el país está inmerso en la condición política y bélica de ser parte de un botín.

“De un producto concebido como ser repartido en el conflicto -o contrapunteo preambular de una posible y peligrosa guerra- entre grandes potencias armadas con bombas con suficiente capacidad para destruir al planeta”.

¿Cómo ve usted la situación de Venezuela de cara al conflicto de Rusia – Ucrania?

-Los proverbios son expresiones sabias de los pueblos que presagian situaciones y consecuencias de la vida real. Es por ello por lo que la realidad actual obliga a recordar aquel que dice: «al perro flaco, se le pegan todas las pulgas». Penosamente, la referencia es de un resabio que retrata la situación venezolana. La de un país acosado durante 23 años consecutivos por unos «Isópteros», conocidos como termitas, comejenes o polillas forajidas, amén de destructoras de pueblos y de países.

-También hay otro dicho que reza así: «Dios aprieta, pero no ahoga».  Y, si se quiere, es una expresión de innegable valor e importancia histórica, a partir de la cual más de 25 millones de ciudadanos, estimada hoy como la población criolla en suelo nacional, confía y espera que sea así. Especialmente para acceder a la alternativa de poder respirar con menos dificultades, y  sin sentirse sometido a la voluntad caprichosa de quienes dicen gobernar, a la par de añorar a salir prontamente de las polillas forajidas.

-Como si fuera poco, la grave situación de los venezolanos no termina allí.  A la exigente problemática del hambre, de la destrucción, de la desesperanza que agobia a más de 7 millones de nacionales en estampida, por lo que ya está considerada actualmente como la diáspora más numerosa del mundo, junto a Ucrania, el país está inmerso en la condición política y bélica de ser parte de un botín. De un producto concebido como ser repartido en el conflicto -o contrapunteo preambular de una posible y peligrosa guerra- entre grandes potencias armadas con bombas con suficiente capacidad para destruir al planeta.

-Desde luego, se confía en que la diplomacia sea capaz de contener el desenfreno con el que se puedan activar los elementos diseñados y construidos para poner a andar la fuerza del poder de la destrucción. Y que pueda persuadir a los protagonistas de la locura, para  evitar una guerra de incalculables consecuencias, a partir de la importancia -y necesidad- de inducirles  a llegar a entendimientos conciliatorios.

-Ahora bien, en ese juego de guerra peligroso y macabro, las «barajitas de intercambio» por motivos desconocidos públicamente son Ucrania y Venezuela. Lo que se afirma en el desenvolvimiento del debate público, es que eso sucede por sus condiciones intrínsecas y posiciones geográficas de latitud y longitud en el mapa mundial. Además de que  representan bastiones de tierra que, de caer bajo las influencias respectivas de los supuestos países en disputa, les permitiría estar a corta distancia y al alcance misilístico de cualquier agresión dirigida  a sus territorios.

-Se puede presumir que un conflicto de estas magnitudes y complicidades, ante las posibles catastróficas consecuencias, no se va a dar. Se ladrarán y se enseñaran los dientes. Pero, al final, por miedo y conciencia, debería llegarse  a un acuerdo. Y ese acuerdo pudiera traducirse en el no ingreso de  Ucrania a la OTAN, como lo plantea el motivo de la discordia, y se mantendrá  como República democrática e independiente, pero sin permitírsele que instale bases militares enemigas en las frontera en conflicto.

-En cuanto al caso de Venezuela, los rusos le darán «papita, maní y  tostón» al régimen venezolano, retirándose del escenario  y tampoco  podrán instalar bases militares, tal y como lo ha planteado  Estados Unidos, que no quiere tener bases militares enemigas con alcance misilístico a su territorio. A la vez que tanto rusos como americanos optarán por la alternativa de que sean los propios venezolanos, con ayuda del bloque democrático occidental, los que resuelvan  sus exigentes problemas internos, entre los que sobresalen lo económico y lo social.

De ser así, entonces, ¿cuál sería la estrategia que adoptarían el gobierno y las expresiones opositoras organizadas del país?

-Desde luego, lo que se esperaría es que aquí la respuesta se traduzca en actos y desenvolvimientos serios en favor del país, como de amor por el mismo.  Y no en respuesta de los intereses creados para sostener coqueteos y simpatías en beneficio de tendencias o de ruidos verbales, o de la exaltación de falsos predominios diseñados para desfiles militares y discursos efectistas.

-El amor por el país no puede ni debe ser concebido ni administrado, a partir de la exclusiva voluntad promovida por una tanda de irresponsables y de novatos, en procura de fortunas identificadas en ambos lados.

-Es inútil señalar los daños causados en  Venezuela; donde nada funciona bien y donde sus ciudadanos huyen en estampida, sometidos a todo tipo de vejámenes en el exterior, e internamente expuestos a todo tipo de calamidades y de necesidades. Es inaceptable que, ante lo que está planteado,  se reedite caprichosamente el proceso que el país ya ha vivido durante los pasados 23 años. Sobre todo cuando los venezolanos, Latinoamérica y el resto del mundo han apreciado que  tanto el régimen como los partidos de oposición, han demostrado ser incapaces de  gobernar, como de resolver positivamente la grave situación  que exhibe el país.

-Llegó la hora de ponerle seriedad a la capacidad y voluntad de actuar ante la gravedad de la situación que vive, siente y sufre el país. Le corresponde a la sociedad civil y  al soberano asumir la responsabilidad de restaurar el rumbo y el orden del país.  De hecho, según la Constitución vigente, son los que tienen el derecho y la última palabra para señalar el rumbo, y escoger a la gente capacitada, con reconocida experiencia y honestidad, para que arreglen este entuerto.

¿Usted cree que esta idea pueda lograr un consenso en la sociedad civil y el soberano, como usted dice?

-La Iglesia Católica, única organización que mantiene credibilidad y respeto entre los venezolanos, propuso acertadamente la refundación  del país. No se trata de convocar a unas elecciones y de escoger a un candidato, sin cambiar las reglas de juego. Hay que imponer controles, independecia de poderes, descentralizar al país. El país no es Caracas.  Las regiones, los estados, las alcaldías o municipios tienen que tener sus propios ingresos e independencia, acorde con sus actividades productivas, comerciales y de desarrollo. De igual manera,  la regionalización de los servicios y del poder judicial, como el sector salud y la educación, no pueden continuar siendo instrumentos de dominio caprichoso, de acuerdo a la voluntad de quienes «calientan» puestos de mando en la Capital de la República.

-Hay que eliminar el presidencialismo pernicioso y precursor de caudillos. El país necesita un cambio profundo y radical. La vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en sus artículos 5, 347, 348, 349 y 350, contempla y le  permiten al poder ciudadano desenvolverse autónomamente, sin la intervención de entes públicos: ni CNE ni de un TSJ.

-Hay que convocar a un proceso constituyente originario, elegir a los constituyentes, aprobar una nueva Constitución;  distinta al cúmulo de payasadas y de manipulados procesos  constituyentes convocados en otras oportunidades. No se trata de  aprobar Constituciones como traje a la medida para satisfacción de los tiranos o dictadores de turno. Sí de  elegir unos delegados constituyentes representativos de todas las regiones del territorio nacional, idóneos, honestos e imparciales, sin subordinación a voluntades partidistas.

-Con la refundación profunda que se plantea, es de que Venezuela pueda emprender la ruta del progreso, del respeto, de la prosperidad, como de crear condiciones políticas reales y confiables para finalmente convocar a unas elecciones debidamente controladas, con imparcialidad y la  honestidad imprescindible  para nombrar las futuras autoridades nacionales.