La democracia no está al borde de la muerte

Opinión | noviembre 21, 2021 | 6:24 am.

La historia de la democracia va sin libreto. Es dinámica. Cambiante. Para decirlo con Bobbio: «estar en transformación es su estado natural». Su largo viaje a través del tiempo, desde la antigüedad griega, transcurrido sin nada particular que determine su instauración, la ha perfeccionado.

Ante la necesidad de vivir colectivamente de manera organizada se la asume como el mejor sistema político para lidiar con los problemas de la vida en sociedad, justificado además por la amplia extensión de su aplicación en muchos países.

Los hombres se han encargado de crear guiones particulares para corregirla y ajustarla a las condiciones de las naciones donde es establecida como sistema político.

Está claro que la continuidad histórica de la democracia no ha sido ni será lineal. Su andadura se ha visto sometida a vaivenes, avances y retrocesos con esplendor y oscuridad, según sea el caso, que le han dado diversidad a su desarrollo.

No hay un modelo universal de democracia. Sus teóricos siempre serán sorprendidos por la realidad que presentará nuevos desafíos. La labor que espera es compleja, pero ante ella la resignación no tiene lugar.

La democracia está enferma

Sin embargo, la crisis actual de la democracia ha llevado a pensar en términos apocalípticos a no pocos para explicar la extensa sombra de escepticismo que la cubre.

La ausencia de solución a la vista de los retos actuales que acosan la democracia explica el tono lúgubre dado al lenguaje utilizado para definir su situación presente: «fracaso», agotamiento», «decadencia», «ocaso», entre tantos otros calificativos empleados. Aunque para perfilar sus perspectivas de largo plazo se reserve buena dosis de optimismo

El indiscutible éxito histórico de la democracia liberal ante las alternativas autocráticas del siglo XX para afrontar los grandes y complejos desafíos planteados sirve de argumento en una línea de continuidad del progreso de la humanidad. Pero no es suficientemente sólido para justificar las discontinuidades impuestas por la seducción autoritaria disfrazada de redención ante pueblos agobiados por los problemas económicos y sociales.

La pérdida de confianza en los sistemas democráticos es extendida. La desesperanza se ha incubado aun en sociedades profundamente democráticos como la venezolana y la latinoamericana en general.

El duro daño sentido expresa en el fondo el debilitamiento del mantra de la democratización y la liberalización de los sistemas políticos y económicos como generadores de paz y prosperidad para todos.

En la incertidumbre dominante, el rasgo de la perfectibilidad que durante años identificó a la democracia como fuente inspiradora para su renovación, luce retórico e inútil como punto de partida para facilitar el encuentro de remedios adecuados y eficientes. El discurso de la descentralización y reforma de Estado como oferta política democrática, por ejemplo, está hundido en el olvido.

Ciertamente, el pronóstico global de la democracia en el mundo no es muy auspicioso que digamos. En muchos países la ficha médica reseña males crónicos de autoritarismo, debilidad institucional, corrupción, faltas graves a los derechos democráticos y violaciones a los derechos humanos.

Las abundantes noticias y estudios sobre el tema no dejan lugar a equívoco: la democracia está enferma y demanda atención.

Mal mercadeo

El relanzamiento estratégico de «exportar la democracia», con el cual se pretendió enfrentar el flagelo del terrorismo desde comienzos del siglo XXI, tras el 11 de septiembre de 2001, no produjo el resultado esperado.

«Estados Unidos ha sabido -apunta Enrique Krauze- exportar el béisbol, los jeans, las hamburguesas, las películas de Hollywood, los autos, las tiendas de autoservicio, infinidad de ideas y bienes del American way of life, pero no ha sabido exportar el mejor producto de su historia: la democracia».

Los esfuerzos emprendidos por las potencias occidentales, encabezadas por Washington, chocaron contra múltiples obstáculos.

Fue inservible la arrogancia de creer que la democracia es una mercancía que, con solo destacar sus bondades, podía ser asumida por sociedades enclaustradas en otros patrones culturales o con severos problemas económicos y sociales.

En 1997, Bill Clinton reprochó en privado al líder chino Jiang Zemin, que por no democratizar el sistema político colocaba a China «del lado equivocado de la historia». Dejando sin explicar de modo satisfactorio cómo un modelo político tan autoritario había desarrollado tan extraordinariamente el país y sacado de la pobreza a cientos de millones de chinos convirtiéndose en un referente mundial contra la democracia liberal.

La tentación de adelantar el reloj con el uso de la fuerza en el mundo musulmán, tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el derrumbe de la URSS en 1991, no pudo vencer la resistencia presentada.

Los ejemplos se multiplican. Irak y Afganistán no pasaron la prueba a punta de pistola a la que fueron sometidas. Irán se sostiene en sus trece de las armas nucleares pese a las rígidas sanciones económicas. La autocracia en Siria cobra fuerza aun en medio de la guerra.

El compromiso de George W. Bush en 2005, un tiempo en el que Estados Unidos no tenía contrapesos para la intervención militar, está lejos de ser realidad: «América estará junto a los aliados de la libertad en apoyo a los movimientos de la democracia en Oriente Medio y en otras partes con el fin último de terminar con la tiranía en el mundo».

A más de diez años después, los países protagonistas de la «primavera árabe»(2010-2013): Túnez, Yemen, Egipto, Libia, no registran avances políticos y sociales palpables más allá del derrocamiento de algunos tiranos; y en Siria sigue la guerra.

Entre el fanatismo y la insensatez

En América Latina el regreso del populismo impuso retrocesos significativos. El «patio trasero» no encuentra la brújula democrática que devuelva la estabilidad y asegure el crecimiento económico del continente. Y la Casa Blanca no ofrece opciones atractivas.

Los líderes norteamericanos han extraviado el buen juicio político continental. Y los latinoamericanos están fundidos entre el fanatismo y la insensatez, merodean «hipnotizados por el sueño de un pasado fabuloso o de un futuro irrealizable», por decirlo con palabras de Isaiah Berlin en «El juicio político».

Las sanciones no han logrado su cometido. El eje Caracas-La Habana trastabillea a ratos, pero se le percibe sin oposición capaz de derrocarlo.

La dictadura de Ortega se afianza con fraude y represión en Nicaragua. El radicalismo de AMLO en México fluctúa con escasa resistencia. Los aliados de Maduro se anotaron el triunfo en Perú y regresaron en Argentina y Bolivia. Surfean sobre la crisis en Chile, Colombia y Ecuador. Toman oxígeno de la crisis económica que golpea a Latinoamérica más que a cualquier otra región del mundo.

La tentación autoritaria no es exclusiva de la izquierda. Se añade la derecha representada en Bolsonaro en Brasil y Bukele en El Salvador.

La marcha contra el interés colectivo afecta incluso a las Estados Unidos. En su última elección presidencial, las turbas de Trump estremecieron la democracia norteamericana de más de doscientos años con abusos autoritarios y desconocimiento masivo a sus instituciones. El fantasma de la crisis del sistema amenaza al gobierno de Biden en reaparecer en cualquier momento con severas consecuencias a nivel mundial.

«Retrocesos más probables que otra ola»

El historiador Yuval Noah afirma que «desde la crisis financiera global de 2008, personas de todo el mundo se sienten cada vez más decepcionadas del relato liberal».

La pandemia de Covid-19 y la derivada crisis económica le han metido un refuerzo adicional al resurgimiento del autoritarismo dejando en evidencia la vulnerabilidad de los sistemas democráticos que la acusación del «virus chino» no pudo esconder.

El informe «Global Trends Future 2025«, publicado en 2008 por el Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos (CNI), el instituto de estudios a largo plazo de la CIA, titula un breve pero denso recuadro: «El futuro de la democracia: retrocesos más probables que otra ola», admitiendo de plano la prolongación de la crisis de la democracia en el mediano plazo y por ende la ausencia de soluciones para atajar el despliegue autocrático.

Un amplio estudio publicado en 2021 por la Universidad Católica Andrés Bello de Venezuela coordinado por el rector Francisco José Virtuoso y el académico Ángel Álvarez, revela desde su título el drama de los sistemas democráticos en el continente latinoamericano: «Crisis y desencanto con la democracia en América Latina. Amenazas y oportunidades para el cambio».

Pero la convalecencia democrática no indica que esté acabada como piensan muchos y desean otros. En América Latina superó la «internacional de las espadas» del militarismo. En Europa se sobrepuso a la catástrofe totalitaria fascista y comunista.

Sin duda, en conjunto, la democracia hoy se encuentra en crisis (Bobbio gusta emplear el más neutro «transformación») y no obstante la «cuarta ola democratizadora» que algunos creyeron ver en la primavera árabe siga en el congelador, no fue una fantasía la tercera ola democratizadora que describe Huntington ocurrida entre 1974 y 1990, con más de treinta países en el sur de Europa, Latinoamérica, el este de Asia y la Europa del este.

«El escepticismo es normal»

No lo veamos como una tragedia. Las redes sociales y la revolución digital le han puesto dura la tarea a la democracia. No ha sabido cómo manejarse abrumada por los descomunales despliegues de información, de opinión y manipulación.

En atención a las dolencias actuales de la democracia, que no por su severidad sean mal de morir, conviene citar acá la nota de la historiadora Anne Applebaum en «El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo», sobre su conversación con el politólogo Stathis Kalyvas: «Es la unidad lo que constituye una anomalía: la polarización es normal. También el escepticismo con respecto a la democracia liberal es normal. Y el atractivo del autoritarismo es eterno.»

Al razonado optimismo de largo plazo fundado en la continuidad histórica de la democracia, lo ayuda la fe que refiere Isaiah Berlín en sus «Cuatro ensayos sobre la libertad», abrigada siempre por los humanos: «en algún lugar, en el pasado o en el futuro, en la revelación divina o en la mente de un pensador individual, en los dictámenes de la historia o de la ciencia (…) existe una solución definitiva».

Así como comenzamos, cerremos también con el «Futuro de la democracia» de Norberto Bobbio: «en el mundo la democracia no goza de óptima salud, y por lo demás tampoco en el pasado pudo disfrutar de ella, sin embargo, no está al borde de la muerte».

PD: En Venezuela, la dictadura ha llamado para este 21 de noviembre a unas elecciones locales y regionales, con todos sus bemoles, es una oportunidad para que los venezolanos ejerzamos nuestro derecho al sufragio como forma de ratificar nuestra condición de mayoría y de renovar nuestra fe y esperanza en el cambio.