El 21N y la decisión de Maduro

Opinión | noviembre 26, 2021 | 6:16 am.

El cronista se acomoda en su escribanía. Con la mirada perdida en el gris otoñal de la Germania redacta sus apuntamientos antes de saberse los resultados de las elecciones en su remoto país. Pero le es dado anticiparlos: el gobierno ganará la mayoría de las gobernaciones aún siendo minoría, si vota más del 50 % -sólo si- las oposiciones se adjudicarán la victoria en más de 4, 6 estados, incluso 10 si la votación se acercase a 60 % (entre los que se contarán los más poblados y los de mayor peso político), la sumatoria de los votos no-oficialistas será mayor que los votos que reciba el Psuv. ¿Qué hará el presidente?, se pregunta el cronista, e intuye, imagina.

El presidente camina en círculo -como los locos de Van Gogh- en su despacho miraflorino.

-¿Qué hacer?, ¿Qué hacer?, rumia para sí, como si Vladimir Ilitch Ulianov fuese.

No recibe a nadie en audiencia. Ni siquiera admite la compañía de su mujer. Quiere decantar lo que ahora sabe, leer los signos de esta nueva correlación de fuerzas… diversa, plural. Sí, su partido ha ganado la mayoría de las gobernaciones pero es una victoria que sabe a derrota.

-¡Perdimos un millón de votos!, exclama, y en su fuero interno culpa a Diosdado.

Ganar siendo minoría, con una votación de oposición superior a la oficialista, será una victoria electoral, pero no política. En cambio, para esa oposición dispersa, torpe, plagada de odios mellizales, perder las gobernaciones pero ganar la mayoría electoral sabe a (involuntaria) victoria política.

-Dígame si a algunos de sus necios abstencionistas se les hubiese ocurrido votar, se dice el presidente, tragando grueso, y piensa en Táchira, Lara, Miranda, Sucre, Bolívar, Mérida y once estados más, y un escalofrío recorre su espalda. ¡Gracias María Corina y Leopoldo por los favores recibidos!, farfulla.

Sin embargo piensa que tal vez un resultado más parejo en lo que a gobernaciones se refiere lo hubiese legitimado más. Pero así son las cosas, presidente.

De pronto se ve a sí mismo encerrado en un tapiado patio de piedra con tres puertas. Como todo hombre o mujer que llega al poder, sabe que tiene varias opciones para salir de él.

Claro, aceptemos que está la pulsión perpetuacionista: Fidel lo saluda desde más allá de los tiempos. Pero -él lo sabe- ésa es una tentación riesgosa: querer quedarse a la fuerza siempre incluye la posibilidad de ser echado a la fuerza. Mientras más se empeñe en mandar solo, rodeado de sus parciales, haciendo lo que tiene ocho años haciendo, se acrecienta la posibilidad de ser sacado del poder, incluso pacíficamente, pero, como van las cosas, con las tablas en la cabeza: derrotado, abucheado, vencido. La puerta de atrás, la de la vergüenza, umbral que ningún gobernante quiere cruzar.

Los ojos del presidente brillan cuando observa la posibilidad, más bien el espejismo, de una salida victoriosa: se sueña a sí mismo aplaudido y encomiado por las mayorías del pueblo, saliendo del poder por la puerta de enfrente: la puerta grande. Churchill, Havel, Lula, Pepe Mujica, Mitterrand, Mandela… en fin, tantos que dejaron el poder rodeados por el unánime reconocimiento nacional.

-Difícil, difícil, masculla entre dientes, y piensa en Chávez y en el caramelo envenado que dejole por heredad, en Trump, en Biden, en sus ministros y en sí mismo.

No se lo permitiría la catástrofe económica heredada del Comandante Eterno, que ha devastado al país; ni las dizque «sanciones» gringas, que tanto daño hacen; ni la propia incompetencia de su propio gobierno, como se ve constreñido a reconocer.

Pero entonces vuelve su rostro a un lado y, receloso, medroso, escamado, visualiza una puerta lateral.

-¿Y si pactara una retirada en orden, sin que me derroten, yo, Capitán de Victorias, para volver después… como los sandinistas, como Lula, como el peronismo, como el MAS boliviano?, se pregunta trémulo.

Explora con la mirada esa tercera puerta. Casi se parece a la puerta grande.

Por ejemplo, echar a un lado a Diosdado y sus fascistas y convocar a las oposiciones, de acuerdo a las nuevas proporcionalidades, con base a esta inédita correlación de fuerzas, a un Gobierno de Emergencia y Unidad Nacional, con él como jefe de Estado, comandante en jefe de la Fuerza Armada, y presidente de la república, pero con un gabinete plural y diverso. Y así arrear hasta 2024.

O si acordara una reforma puntual y consensuada de la Constitución, y la sometiera a referendo para luego convocar a una relegitimación de todos los Poderes Públicos (como Chávez el año 2000). Y no ir a la reelección, y, si gana la oposición, aceptar como algo natural, internalizar como parte de su proyecto político, la idea misma de alternancia republicana, e irse a las duchas -como Cabrujas proponía a AD y COPEI- para desde la calle, con el pueblo y desde el pueblo y a partir de este formidable 20 o 30 %, agitando la bandera imperecedera de Chávez (como los adecos la de Pérez en 1988), reconstruir la referencia del chavismo para que vuelva a ser lo que una vez fue, una clamorosa fuerza popular y mayoritaria. Es decir, pasar de un régimen autoritario a un sistema plenamente democrático.

Sí, una retirada en orden para regresar al gobierno más adelante.

-De lo contrario, seguiremos achicharrándonos en el poder, masculla con rabia.

Maduro deja de ambular sobre sí mismo. Se acomoda en su silla presidencial. Y llama a sus colaboradores de más confianza para compartir con ellas y ellos sus más íntimas… e inquietantes… elucubraciones.

Venezuela, ésta que hoy sufre día a día, humillada por la pobreza, expoliada, apaleada y doliente, aguarda expectante la decisiva palabra del presidente.