Abstención

Opinión | noviembre 28, 2021 | 6:26 am.

La abstención fue el terror que terminó dándole un cambio de tuerca a las elecciones regionales y municipales del 21N, pues si se esperaba que podía acercarse al 60 o 65 por ciento, casi traspasó el 80.

En otras palabras, que apenas un 20 por ciento del electorado se sintió atraído por los candidatos a gobernadores, alcaldes y concejales del régimen y la oposición, dejando a las estructuras del estado venezolano prácticamente en la orfandad, en una situación de anarquía y caos donde ni autoridades gubernamentales ni militancia opositora marcan interés por que lo que sucede en el país.

Si se quiere decir de otra manera: la quiebra de un Estado nacional, o la visual de un Estado fallido, donde la vida ciudadana, institucional, política, económica, social y militar funciona a nivel del poder de microgrupos armados que en un sus pequeños, medianos o grandes feudos aplican su ley.

Uno de esos feudos -y el más tenebroso y criminal- es el del llamado presidente Maduro, quien desde el Palacio de Miraflores y cierto alcance hacia la burocracia, la FAN, los cuerpos represivos, colectivos y paramilitares controla cárceles, prisiones, retenes y algunos cuarteles.

Pero todo el mundo sabe en Venezuela que según se alejan los ciudadanos de algunos km de la capital, digamos por los estados Guárico, Lara, Falcón, Zulia o Barinas, la vida empieza a ser otra, tan pronto se transita por la carreteras estatales, y GNB, policías y soldados empiezan a cobrar cuantos peajes se le ocurra y le dicen claro y raspado a sus víctimas que lo hacen “porque el estado no les paga sus sueldos”.

Una situación emblemática del caos que impera en el interior de Venezuela es la del estado Bolívar, con una superficie de 249.000 km2 que podría juntar las de Cuba, Ecuador y Uruguay y famoso por sus reservas en oro, diamante y coltán y en el cual mafias extranjeras de toda laya y a cambio de ofrecerle protección armada a Maduro-, guerrilleros de las FARC y el ELN, grupos terroristas del Medio Oriente como Hizbolá y Hamas y unidades del Ejército cubano, Iraní y Chino- operan a sus anchas y a través de un tráfico aéreo que recuerda al de los países en guerra.

Y es en este contexto de un Estado nacional colapsado, fallido y somalizado, donde un llamado a elegir funcionarios regionales no encuentra interés entre electores de la dictadura y la oposición pues demasiado bien conocen los votantes que, en tal crisis como ha generado el socialismo en Venezuela, las autoridades, si resultan partidarias del totalitarismo, harán muy poco para mitigar el hambre, la falta de servicios, de medicinas y de orden público que tienen a Venezuela al borde de la destrucción.

Y si los electos son de la oposición harán muy poco para evitar que la dictadura les anule sus mandatos, negándoles ingresos, deteniéndolos y persiguiéndolos con cualquier pretexto, o nombrándoles protectores que son los que realmente ejercer el poder.

De modo que, los electores del domingo pasado se encontraron con dos dos opciones que en ningún sentido (de salir electos) significarían ningún cambio para un deterioro de la vida social, política y económica que sin exageración se ha comparado a la Cuba y Haití.

Por eso, no pocos analistas no han encontrado ganadores en los resultados de la gigantesca abstención del 21N, pues con apenas un 20 por ciento de participación, solo en las de gobernaciones donde la mayoría de la oposición llegó hasta seis candidatos, pudo el oficialismo hacerse con 16 gobernaciones.

Pero otro gallo cantó en las elecciones para alcaldes, en las cuales los divididos fueron los candidatos del oficialismo, por lo que, por primera vez en 18 años, la oposición ganó en el 70 por ciento de las alcaldías.

De ahí que los escenarios que se abren a gobierno y oposición para buscar apoyo para sus mandatos no son dos sino tres, teniendo asegurados los dos grupos que participaron apenas el 20 por ciento, mientras enfrente tienen a un 80 por ciento de venezolanos “abstencionistas”, o “independientes” a los cuales hay que buscarle nuevas propuestas para atraerlos a la confrontación electoralista.

En esa tesitura, no hay dudas que las ventajas las tendría el régimen si se focaliza en mejorar la enorme deuda social que tiene con el 80 por ciento de abstencionistas, o recuperar los servicios, o ponerle orden al caos cambiario, o lo más urgente y eficaz, realizar inversiones que reanimen el salario y el empleo.

Programa de resurrección que ya sabemos resulta imposible para un gobierno socialista que abomina cualquier receta capitalista e insiste en sostener políticas económicas estatistas y paternalistas que lo que hacen es promover más misería y desigualdad.

En cuanto a la oposición el reto para acercar y recuperar el 80 de los abstencionistas, tampoco resulta fácil y en muchos sentidos podría decirse que es más complicado que el del oficialismo, pues debe presentarse con un liderazgo que inspire confianza y que, además empiece a anotarse éxitos frente al control amurallado del país que luce el dictador.

Pero a la hora de escribir estas líneas no se conoce un solo análisis, una investigación en firme y a fondo que responda a la pregunta de por qué la oposición comparte el mismo devastador rechazo del gobierno frente a un patrón electoral de 20 millones de electores, a menos que se esté esperando la próxima derrota para realizarla.