Soñar para no desesperar

Opinión | octubre 18, 2020 | 6:24 am.

Días atrás circuló un video en las redes sociales en el que varios artistas venezolanos radicados en Miami simulaban dar noticias sobre Venezuela, todas maravillosas. Por esos mismos días alguien del mundo financiero preguntaba por Twitter cuánto dinero estarían dispuestas a invertir las personas en el país una vez que saliera Maduro. En el contexto del premio de Poesía Internacional García Lorca 2020 otorgado a la poeta Yolanda Pantin, no faltaron las celebraciones que giraban en torno a la idea de la Venezuela que puede ser. Todas estas son expresiones de aspiraciones colectivas. Es la noción de lo que se quiere llegar a ser, y esto sin duda es válido. De hecho, imaginar un futuro distinto es natural en los seres humanos.

Las aspiraciones personales y colectivas son el qué, y en ese sentido los venezolanos no carecen de imaginación. Sin embargo, el cómo es quizás la gran tarea pendiente de la sociedad venezolana desde hace mucho tiempo.

Venezuela no supo reinventarse en los años 80, a pesar del evidente declive del bienestar colectivo, marcado entre otras cosas por la desigualdad, y de un sistema político que fue perdiendo su dinamismo y capacidad de representación, el país continuó con la inercia que traía marcada por una ilusión de progreso, de un país feliz, del como vaya viniendo vamos viendo. Claro que hubo intentos de corregir el rumbo, pero la sociedad estaba distraída en la parranda.

Con el nuevo siglo llegó al poder un populista, autoritario por naturaleza y demagogo por convicción. Ese período no estuvo marcado por la destrucción institucional del país, sino que además creo las condiciones para dejar una sociedad completamente vulnerable desde el punto de vista social y económico. Esa vulnerabilidad se pudo camuflar con unos precios del petróleo elevados, permitiendo anestesiar a la sociedad a través de una nueva ilusión de bienestar, ahora marcada por el consumo y una inyección masiva de créditos. Pero todo mal manejo económico tiene sus consecuencia, ya así desde el 2014 el país ha pasado del boom petrolero a una crisis económica sin precedente.

Parte de la tragedia actual de Venezuela es que el país quedó completamente vulnerable. En la época de abundancia en vez de ahorrar no sólo se gastó, sino que el país se endeudó. Además, se pasó a depender aún más de las importaciones, debilitando a un sector industrial ya de por si minimizado, sin mencionar la destrucción de la moneda y las distorsiones que esto genera, además de la inflación y su efecto sobre la población asalariada. Hoy, ante una pandemia, el Gobierno simplemente no tiene capacidad de maniobra económica, no sólo por razones técnicas, sino también por la pérdida de confianza. Cada acción que se trate de implementar será en vano si no hay cambios estructurales políticos y económicos.

En este momento Venezuela es como un autobús que va por una pendiente sin frenos ni dirección, lo mueve la inercia, por lo que realmente lo que pueden hacer los responsables de conducir es obligar a los pasajeros a que se mantengan en sus asientos, y que no protesten mucho. Siempre surgen voces que desde su asiento gritan, exigen que se haga algo, incluso hacen planteamientos constructivos, pero el conductor no escucha, sigue desbocado hacia el precipicio con la música a todo volumen. El Producto Interno Bruto de Venezuela se ha reducido en dos terceras partes desde el 2014, esta es una de las destrucciones económicas más grandes de las que se tenga noción para un país que no está en guerra.

Ante el contexto anterior es natural, es hasta deseable, tener una visión de futuro, tener aspiraciones y compartirlas, pero si eso no va acompañado del cómo serán solo ejercicios de buenos deseos, terminando más pronto que tarde en decepción y desmovilización. Los venezolanos necesitan hoy urgentemente un cómo, realista y transparente, incluso si eso implica prometer “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.

Venezuela no saldrá del atolladero histórico en el que se encuentra con ejercicios de buena voluntad, el país requiere grandes sacrificios, constancia, sin duda una fuerte dosis de esperanza, y sobre todo cooperación entre todos quienes quieren un cambio.

Twitter: @lombardidiego