Amat victoria curam

Opinión | julio 21, 2020 | 6:24 am.

Es un secreto a voces. Porque ellos son los primeros en jactarse de sus “hazañas”. E intentan que nosotros creamos que es lo “in”, lo que está de moda. Que es lo que corresponde hacer: demoler monumentos, derribar estatuas, destruir establecimientos ya sean culturales, educacionales o meramente comerciales; insurgir contra la Ley y las autoridades; que no hay que actuar más como la experiencia sugiere y la legalidad exige. Que es válido utilizar un desmán cometido por un solo individuo revertido de jerarquía para culpabilizar a toda la organización (y hasta la sociedad) y sentirse que ya tienen la excusa para cometer miles de excesos, tropelías y vandalismos. Sin importar cuán lejos se está del lugar donde ocurrió originalmente en caso, ni si la circunstancia social de la zona es distinta. Que está démodé eso de reconocer los hechos del pasado como lo que son: solo como acontecimientos; que ya no más hay que actuar con el debido comportamiento cívico que fuimos aprehendiendo a lo largo de la vida; que no hace falta respetar los símbolos de la nación ni, mucho menos, a las personas y sus propiedades.

Se comenzó por imitación: justificadamente, un sector de la población de Minneapolis reclamó de manera airada y hasta violenta, el asesinato de uno de los suyos a manos de un oficial de policía. Más tarde, las protestas estaban en otras ciudades de los Estados Unidos y, de repente, estallaron en capitales europeas y en otras ciudades de las antípodas. Sin que en ellas, las más de las veces, hubiese razones para protestar. Mucho menos, para saquear e incendiar. Y, muchísimo menos, para que estatuas de personas muertas hacía siglos fuesen a dar al fondo del río. Hasta Cervantes pagó…

Fue (es) acometida global de los sectores más radicales en cada país para subvertir el orden y poder pescar en aguas revueltas. No fue espontánea; fue dirigida por organizaciones que buscan derruir todo lo que la humanidad ha construido a lo largo de siglos —en mucho por ensayo y error, lo reconozco—, lo que se ha dado en llamar la “civilización occidental” (o “judeo-cristiana”) para reemplazarla por unas ideas utópicas que, reiteradamente, han demostrado ser solo eso: ilusorias, teóricas y hasta ingenuas. Puede ser notado fácilmente. Y la misma táctica ayuda a descubrirlos. Si se trata de una nación, que, junto con su Estado, se rige por los principios constitucionales, aparecen las acciones desestabilizadoras, el encarnizamiento y el pillaje. Pero si, por el contrario, son de aquellas que ya han caído en las manos del Foro de Sao Paulo, las teocracias tipo Oriente Medio, o las autocracias asiáticas, no pasa nada. Y si llega a pasar, es porque los regímenes las inventan para aprovecharse de ellas: utilizarán cualquier manifestación popular, sin importar cuán pacífica y justificada sea, para acusar a los adversarios (que ellos catalogan como “enemigos”) de intentar derrocar al gobierno, instigar al odio social y hasta de incurrir en traición a la patria. La pandemia (que es real y peligrosa) está siendo utilizada para arreciar sus atropellos y desafueros en contra de quienes se les opongan; no les interesa tanto minimizar sus efectos como aprovechar esa ventaja, súbitamente aparecida para aumentar su poder de facto, malgastar el Tesoro sin freno alguno, e imponer medidas excesivas en contra de la población, ya cundida de hambre, falta de servicios básicos e insalubridad. Uno lo observa en varios países del hemisferio, pero donde es más notorio, aparte de Cuba, es en Venezuela.

En esta hora aciaga, lo peor que pueden hacer las organizaciones y personas que desean encontrar una alternativa democrática en Venezuela es actuar divididos. Pero que es lo que está sucediendo. En mucho, por los caballos de Troya que ha metido el régimen —tipo “mesita de negociación” a la medida, “renovación” del CNE, robo de siglas de partidos (y de hasta equipos de béisbol), etc.—, pero en parte por las agendas particulares que algunos líderes siguen manteniendo en esta circunstancia infausta. Se les olvida aquello de don Simón: “¡Unión, unión, o la anarquía os devorará!”.

Y, además de propiciar el mantenerse unidos, tienen que actuar de consuno para tener esperanzas de éxito. Es hora de acordarse de aquellos versos de Cátulo, de hace más de veinte siglos, que explican que la victoria favorece a los que se preparan para obtenerla, que amat victoria curam. Y que ello es esencial cuando los otros penitus quae tota mente laborant, trabajan incansablemente, empleando toda su mente (y todos sus recursos), mientras que, por este lado, nos alio mentes, alio divisimus aures: Iure igitur vincemur (hemos desviado hacia otros lugares nuestros pensamientos y nuestros oídos: por tanto, seremos derrotados).

No hay substituto para la victoria. Pero, para lograrla, debemos prepararnos, dejar los egoísmos a un lado, trabajar con ahínco, ceder en lo que no sea esencial para el éxito de la causa. Todavía quedan vivos algunos de los que formaron la Junta Patriótica que fue clave para salir de la dictadura anterior, la de Pérez Jiménez. Habrá que pedirles consejo para entender cómo lograron unirse adecos, copeyanos, uerredistas y comunistas en torno a un objetivo común, la libertad de Venezuela, y emularlos más pronto que tarde. Porque si no, continuaremos siendo subyugados.

No podemos olvidar lo que explica Cátulo: que tanto la improvisación como los divinos resplandores aseguran la derrota. Siempre hay que tener presente que amat victoria curam

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