¿O es que se hacen, o en verdad son?

Opinión | junio 20, 2020 | 6:18 am.

Siempre se ha dicho que mientras más soberbio se comporte quien presuma de tener poder político, más demostrará su debilidad. O pondrá al descubierto sus miedos. Es el problema que encarna quien se arroga facultades para determinar el destino de una nación. Es el problema que marca el comportamiento de gobernantes con ínfulas militaristas.

Tan degenerativo prejuicio ha motivado en muchos gobernantes el ridículo prurito para desdeñar, en sus apetencias políticas, leyes, acuerdos. Y todo lo que legitima decisiones y procederes civilistas, altruistas y sociables. Esos personajes de marras, hicieron del poder político el vínculo expedito para instituir, solapadamente, mecanismos de corrupción, venganza, represión y de insolente arbitrariedad.

Sin embargo, el problema no se detuvo en tan degradado nivel. El caos se desborda cuando esos gobernantes, creyéndose por encima del otro, con la impunidad y desvergüenza suficiente para desgarrar el alma de poblaciones enteras, inventaron todo tipo de tramoya para maquinar pretextos y excusas buscando siempre enquistarse en el poder. Peor aún, al margen de reclamos, exigencias, solicitudes y protestas nacionales e internacionales que clamaron su salida para entonces recomponer el estado de calamidad y desastre instalado.

Aunque lo peor de todo ese colapso no queda ahí. Se radicó en mafias y complicidades. Y tal desorden o revuelo de decisiones encontradas, arraigaron al interior de la sociedad civil los peores conflictos imaginados. Eso determinó que dichos regímenes hicieran de las suyas pretendiendo convencer a ilusos, furibundos y personas ganadas por el facilismo y el cinismo, a través de dádivas extraídas del erario público. Justamente, para actuar a conveniencia de un plan intencionalmente estructurado a instancia de pautas de terrorismo político implantado por predicadores del odio y pandilleros de la política.

La indecencia e intransigencia de gobernantes así empañaron las realidades. De manera que en esos casos, no debe hablarse de crisis de Estado, por cuanto lo que impera con el concurso de atropellados métodos, no es otra cosa que la tramada y alevosa intención de arrasar todo cuanto haya sido marcado por la institucionalidad y legalidad establecida.

Todo ello dirigido a seguir incitando, encubiertamente, el curso de diásporas en tenebrosa complicidad con acciones de disimuladas intenciones de progreso y crecimiento. ¿O acaso tales personajes se plegaron a conformismos que ciegan para luego mostrarse alucinados? Y es que ante quienes los emulan desde niveles de poder, habrá que preguntarse: ¿O es que se hacen o en verdad son?