José Luis Santamaría, un hombre de Dios rogando por su libertad

Opinión | abril 19, 2020 | 6:18 am.

Hijo de ecuatorianos nació orgullosamente en la cuna del Libertador. Sus padres, Aída y Gilberto, llegaron a Venezuela buscando un mejor futuro para la familia. Desde el primer momento se enamoraron de este país que los acogió con gran hermandad y cariño, permitiéndoles trabajar y educar a sus niños.

José Luis, el menor de 5 hermanos, creció escuchando a su abuela sobre Dios y la importancia de la fe. De allí que de niño fue monaguillo por varios años, perteneció a la Legión de María, participó en un coro eclesiástico y realizó trabajos en varias iglesias.

Estudió electrónica y telecomunicaciones a nivel técnico y a eso se dedicaba hasta que lo detuvieron por tener ideas contrarias al gobierno. Su firme oposición lo han llevado dos veces a prisión.

La primera vez estuvo acusado de terrorismo, asociación para delinquir y fabricación de explosivos. Sin tener pruebas de nada lo encerraron por más de 3 años del 24 de julio de 2014 al 6 de octubre de 2017. Durante ese periodo de tiempo no hubo apertura de juicio y para la audiencia preliminar. Luego de muchos diferimientos, sus abogados lograron que le quitaran el delito de terrorismo.

Al salir pidió que lo llevaran a la iglesia donde se arrodilló frente al gran cristo martirizado en la cruz para rezar y pedir por los presos políticos y comunes porque todos eran víctimas de los peores tratos crueles e inhumanos. Por ello no calló, ni se doblegó y denunció que en las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018 se haría fraude.

En la Semana Santa participó en las procesiones y demás ritos católicos con gran emoción y con una fe que le brotaba del corazón.

Desafortunadamente, el 16 de abril de 2018 unos hombres lo secuestraron y lo mantuvieron desaparecido por cinco días en que lo presentaron ante un tribunal militar golpeado, sucio y sediento. Ese día le imputaron traición a la patria e instigación a la rebelión militar. Su hijo, al ver que nuevamente le robaban a su padre, se sintió desesperado y triste.

Su mamá, con 90 años, no sabe de su detención y solo espera con el alma esperanzada que su hijo vuelva a sus brazos sano y salvo. En el fondo su instinto le dice que ese distanciamiento no es normal ni tan poco su silencio, por lo que cada día mira al cielo y se lo entrega a ese Dios amoroso, Padre de todo lo creado. Mientras, él aprovecha cada oportunidad en que le permiten ir a la capilla de Ramo Verde a rogar por su libertad y la de todos los inocentes.