Armas, gérmenes y acero

Opinión | marzo 3, 2020 | 6:20 am.

El título que empleo hoy es de un libro que ganó un premio Pulitzer para su autor, Jared Diamont y que ha seguido siendo un bestseller desde su aparición en 1997 y hasta hoy.


De manera amena, pero no por ello menos científica, míster Diamont narra unos trece mil años de la historia del desarrollo de las civilizaciones y trata de explicar por qué este avanzó de manera desigual, disímil, en los diferentes continentes; por qué las civilizaciones euroasiáticas, sobrevivieron y conquistaron a otras aunque no gozaban de una superioridad genética o intelectual sobre estas.

Explica que fueron la dependencia de la agricultura, la domesticación de algunos animales para carga y alimento, el empleo de metales, la aparición de la escritura y de ciertas formas de gobierno centralizado las que configuraron las diferencias entre el progreso de algunos pueblos y el estancamiento de otros.

El ejemplo mejor es el de los indígenas de Australia, que no conocieron ninguna de esas actividades y siguieron siendo cazadores y recolectores de frutos silvestres hasta hace muy poco, cuando la presencia de europeos se las dio a conocer. Pero también es interesante la diferencia de dos pueblos en el Nuevo Mundo, los incas y los aztecas. Estos usaban la escritura y aquellos no la conocieron. Y, aun así, ambos conformaron imperios poderosos que solo sucumbieron ante los europeos que trajeron consigo armas de fuego, microorganismos que originaron enfermedades fatales entre los aborígenes y aleaciones metálicas muy superiores a las empleadas por los nativos y que facilitaron la subyugación de estos.

Hoy, sin embargo, solo voy a emplear las palabras del título para glosar las cosas que sufre la Venezuela actual, donde las pertrechos, los patógenos y los ferrosos solo han servido para retrotraernos al país rural que habíamos dejado atrás hace mucho.

Armas

Si de algo se ufana el régimen es en haber adquirido equipos bélicos de avanzada (dicen ellos, pero más que todo son aparatos entrados en años, casi chatarra) para resistir la invasión del imperio meeesmo. Nada de eso, tales adquisiciones solo tienen dos propósitos: lograr jugosas comisiones para los intermediarios y amedrentar a los ingenuos compatriotas para que no rechisten ante las calamitosas condiciones de sobrevivencia que deben soportar. Con ellas, repartidas como si fueran confites entre sus conmilitones, es que los colectivos aterrorizan a quien se atreva a protestar, atacan la caravana de Guaidó —dicen que por órdenes de la obesa gobernadora, pero nadie me quita de la mente que eso fue organizado por la dupla Diosdi-Nicky— y dar el espectáculo del enfrentamiento en una autopista caraqueña entre unos malandros y otros más malandros todavía, con heridas a inocentes transeúntes.

En todo caso, para amedrentar a los países vecinos y a don Donald no es. Ya ellos conocen las falencias del aparato castrense venezolano y saben exactamente dónde están esos equipos —porque los mismos milicos (ya no hay militares en los altos mandos) se han encargado de farolear con ellos. ¿Ha escuchado alguien recientemente el característico sonido de los rotores de los helicópteros rusos? No. Porque no hay quien les haga mantenimiento ni haya con qué mantenerlos operativos. ¿Qué destreza podrán mostrar los pilotos de los Sukhoi si no tienen todas las horas de vuelo que garanticen su buen desempeño, porque los comisarios cubanos sospechan de todo el mundo y no los dejan despegar? Y porque los manuales siguen en ruso, sin traducir ni nadie que los pueda descifrar.

El articulado de la novísima dizque ley constitucional de la FANB lo que hace es desenmascarar la intención del régimen de emplear a los uniformados para reprimir más y mejor a todo aquel que disienta del pensamiento único…

Gérmenes

No hacía falta que apareciera el fulano coronavirus para saber que los microorganismos patógenos están diezmando a los venezolanos. La malaria, que vencimos hace más de medio siglo (primer país en el mundo que lo logró), ahora anda por la libre a lo largo y ancho del territorio. Se salvan Caracas y Mérida porque los Aedes aegypti no suben por encima de los ochocientos metros sobre el nivel del mar. Y, con ello, también se libraron de la fiebre amarilla, el dengue y la zika.

Pero el resto del país también padece bajo esos virus que han demostrado ser implacables. Y con ellos, por aquello de que éramos muchos y parió la abuela, también la leishmaniasis, la tuberculosis, la difteria y otras enfermedades causadas por protozoarios están matando a nuestros paisanos. Todo ello, ante la incuria de unas autoridades sanitarias que saben lo que hay que hacer pero que no tienen los recursos. Más importante, ante la mirada impasible de Platanote, es gastar ese dinero en comprar camionetotas para la nomenklatura y los rollizos generales que lo sostienen en el palacio de Ciliaflores. Por eso, ni alcohol, ni vendajes, ni desinfectantes hay en los hospitales públicos. Criminal a la N potencia…

Acero

De eso no puedo comentar mucho porque con solo decir que de eso no hay bastaría. Sucede que las eficientes empresas de Guayana que producían hasta para exportar ya no pueden hacerlo. Las industrias ferrosas, al emplear la hidroelectricidad en sus procesos, lograban unas ventajas competitivas que no tenían otros países. Dieron ingresos al país mientras estuvieron en manos de gerentes capaces, ya del sector público, ya del privado cuando fueron vendidas a inversores extranjeros. Pero vino el Atila sabanetense con su “exprópiese” y tiró la productividad al pajón, porque —en la creencia de que el carné del partido es mejor que un diploma del MIT— puso al frente a sicofantes del Psuv que si no eran analfabestias ineptas eran unos ladronazos redomados. Con las empresas del aluminio, lo mismo. Hoy, Ciudad Guayana está postrada como nunca antes…

Por eso, es urgente, primordial que se salga de esa gentecita. Nos están llevando hacia lo más oscuro del siglo XIX. En otras palabras: no son elecciones legislativas las que se necesitan, sino generales…

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